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Hoy es el día en el que por fin el candidato Feijóo, tras un fatalista discurso en el Congreso, intentará ser investido por los diputados presidente del Gobierno de España, ya que de no ser así, tal como viene avisando desde hace un año y reiteró el domingo en su manifestación contra la amnistía, el país entero se desintegrará en medio de la inmoralidad y la ignominia. Ya creíamos que jamás llegaría este momento. Desde el 23-J, hoy llevamos exactamente 66 días cociéndonos a fuego lento en nuestra propia salsa electoral, una salsa que se las trae, y aunque peor serían 666, el número del diablo, la verdad es que hace semanas que estamos bastante cocidos. Desmigajados, diluidos, a estas alturas el caldo se ha espesado mucho, puede que nosotros mismos seamos ese caldo, que es lo que ocurre cuando uno se cuece lentamente en su jugo. Yo hace días que no me noto las manos, ni el cerebro, las noticias sobre la investidura del señor Feijóo por un oído me entran y por otro me salen, sin encontrar nada en medio. Quizá debería dotar a este comentario de cierto contenido político, o filosófico, o psicológico al menos, pero me resulta imposible. Por el avanzado estado de cocción en el que, supongo que como todos los españoles, vascos, catalanes, gallegos o mallorquines, me hallo en estos momentos. Demasiado cocidos, repito. ¡66 días borboteando! ¡La marmita eterna de la que hablaba Dumas! Y el día 66, el líder del PP intentó ser investido. Por desgracia, aunque sea un día importante que hace mucho esperábamos, no es aún el final de este cocido interminable, ni siquiera estamos a la mitad del camino, ni sabemos cuándo empezará la segunda parte de esta ceremonia infinita. Ni idea de cuándo se considerará que estamos todos en nuestro punto, para ser gobernados constitucionalmente. Ojalá alguien nos añada agua, porque jugo ya no damos, y no son sólo nuestros candidatos los que se cuecen. Somos todos, y desde que se agregó a la olla el exótico condimento de la amnistía, que lo impregna todo como si fuese jengibre, esto ya no hay quién lo aguante. ¡Jengibre y amnistía! ¡Además de muy hechos, condimentados! Y parece que todavía nos falta un hervor. Por fortuna, desde que renuncié al audífono, conmigo ya no se puede hablar. Sí, soy de esos. Disculpen que no opine de esta salsa.