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Cualquier mallorquín o residente en la isla sabe perfectamente cómo se comportan los alemanes ávidos de sol y playa en cuanto tienen la oportunidad de tocar el paraíso terrenal que cada año, con germánica eficiencia, les ofrecemos. Borracheras, excesos de todo tipo y un nulo respeto e interés por nuestra realidad forman parte de este triste mosaico. También sabemos que existen otros alemanes que sí se interesan por nuestra realidad, se intentan integrar y compran todo lo que pueden. Por tanto, quien conozca nuestra realidad sabe o intuye qué significa ser alemán en Mallorca.

Lo que muy poca gente sabe es lo que significa ser mallorquín en Alemania. Lógico. Los mallorquines no dejan su fantástica isla así por las buenas a no ser que sea 100% seguro que habrá retorno en una semana. Por tanto, no forman parte de un turismo masificado y eso, sin duda alguna, influye en su percepción del mundo germano y en la percepción que los alemanes tienen de nosotros. Así, el mallorquín en territorio germano se enfrentará en primer lugar siempre a la misma pregunta: «¿Y usted qué hace aquí?» Nadie en su sano juicio abandona el Paraíso, les recuerdo que Adán y Eva fueron expulsados, así que tal actitud es incomprensible, incluso para los alemanes.

Un segundo aspecto destacable y que sorprenderá al mallorquín errante es el maravilloso conocimiento de la isla que demuestran muchos teutones. De hecho, no son pocos los que, desde su atalaya centroeuropea, le dirán al mallorquín qué hay que hacer y adónde hay que ir en la isla. Podríamos llamar a este fenómeno arrogancia. Superioridad moral. O falta de respeto. Elija la que quiera. Todas son correctas.

En tercer lugar, el emigrante isleño descubre el país por dentro y confronta el mito y la realidad. El mito también nos los sabemos todos, dominados por el complejo histórico que arrastramos en el sur de Europa desde hace décadas. Los alemanes son serios, eficientes, puntuales, muy trabajadores y tienen la cabeza un poco cuadrada como siempre se ha dicho por aquí. El mallorquín emigrante tendrá la oportunidad única de ver la trastienda y de comprobar, como es lógico, que la realidad es poliédrica y que los mitos acaban cayendo casi siempre.

Aunque no hace falta vivir en Alemania para entender que el mito puede caer. Los turistas germánicos beodos lo tumban cada día en verano en la Playa de Palma con saña y alevosía y a ojos de todo aquel que lo quiera ver. Por tanto, sigan mi consejo y no emigren a Alemania. Verán caer el mito de igual manera desde la comodidad de sus casas y compartiendo el paraíso con la masa de turistas.