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La familia Sureda Montaner aparece en mi vida de nuevo. Una mañana luminosa me acerco al molino de sa Cabaneta, convertido en Museu del Fang, para ver la exposición Pedro Sureda retorna a ca seva. Tengo la suerte de estar acompañada por su hija Catalina, la escultora que lleva cosida la herencia artística de un clan familiar que si hubiera nacido en un país anglosajón, ya se habría llevado al cine su historia. Solo que somos tan mallorquines, tan hispanos, que nuestra discreción linda con la indiferencia. La primera es saludable. La segunda, insultante.

Unas semanas atrás me enteré de la muerte de Pilar Sureda Sacket, la hija de Jacobo Sureda Montaner y de Eleanor, a quien conocí y entrevisté tiempo atrás. Cuando estuve con ella en cas Potecari, en Génova, rodeada de pinturas y dibujos de su marido, Antoni Sabater, de Pilar Montaner, de Archie Guittes y de William Edwards Cook, entre tantos otros, supe que era una privilegiada. Ahora resuena el eco grave de tu voz, Pilar, cuando compartías conmigo recuerdos de tu vida. Se eleva tu risa y tus ojos vivarachos desparraman chispas con algunas de tus ironías. ¡Qué divertida eras, qué sabia! De nuevo Pilar, gracias por regalarme el privilegio de tus historias.

La exposición de sa Cabaneta me descubre a Pedro Sureda Montaner en su faceta de dibujante de tira cómica en las Cosas de Calafat y los Coverbos d’en Pep Mindano, en los que con una elegancia y trazo fino evidencia el desatino de quien vende su tierra. En Un mapa de Mallorca dibuja la isla atravesada por el asfalto. «¡Entre autopistes y aeroports aixó serà Mallorca amb el temps! Al punto no hi haurà lloc per sa gent idó». Se publicó en abril de 1971. El boom turístico de aquel entonces era un tierno bebé comparado con el Goliat de nuestros días.

Hijo del mecenas Juan Sureda Bimet y de la pintora Pilar Montaner Maturana, Pedro nació y se crió en un entorno de una familia numerosa, rica, divertida, en la que se cultivó la apertura de miras, la generosidad de dar cobijo en el Palau del rei Sanç en Valldemossa a Borges, Rubén Darío, Azorín y Unamuno. Fue un clan también atravesado por la tragedia de muertes tempranas, suicidios.

Lejos del palacio, con economía estrecha, Pedro Sureda y su mujer, Catalina Cañellas, convirtieron el molino de sa Cabaneta en un hogar y atelier. Quiere que esta misma mañana que visito el ‘retorno a ca seva’ del pintor, una amiga de Catalina visite la exposición. Las oigo hablar de su niñez, del asno ‘Caravaco’, «vivía con nosotros, entraba en la casa», cuenta Catalina. ¿No les recuerda a Gerald Durrell y su pasión por todo bicho viviente que acobijaba en Corfú?

Los Sureda Montaner son parte de nuestra historia. No entiendo por qué apenas se difunde. Estaría bien que Pedro Sureda retorne a casa para siempre y no sea solo el título de la exposición. En manos de los políticos está el lograrlo.