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Me encantan las frases hechas que sirven para ejemplificar lo nunca visto, aquello que nos deja boquiabiertos, atónitos y sin poder articular palabra. Existe un buen repertorio para la perplejidad. Una de mis preferidas desde que iba a primaria es la copla anónima «Anda y ve y dile a tu madre/si no me quiere por pobre,/que el mundo da muchas vueltas,/y ayer se cayó una torre». Maravillosa. También, aunque más manida, me gusta el «cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras», atribuido, por error, a don Quijote dirigiéndose a Sancho. Cuanto más vieja me hago, más ocasiones encuentro para utilizarlas (habrá percibido el lector avispado mi asombro constante frente a la actualidad). Y hoy me vuelvo a remitir a ellas por el desconcierto que me produce saber que el único festival literario de la isla se celebra en Magaluf. ¡Quién nos lo habría dicho! A principios de los 80 pasé dos veranos aburridos allí, viendo desde el apartamento las terrazas en las que los turistas bailaban al son de Los pajaritos de María Jesús (y su acordeón) todas las noches. No se oía otra cosa. En fin. Ha pasado mucho tiempo. Y, al fin y al cabo, tampoco es tan raro lo que sucede. Es verdad que Magaluf no cuenta con el glamour de Formentor –que incluso se desplaza a otros lugares–, a cuyas converses acudieron célebres y prestigiosos literatos. Pero, tratándose de literatura expandida, parece un lugar adecuado. Magaluf alberga el turismo de excesos, ¿y qué puede haber en el mundo más excesivo que la literatura expandida? Yo, en serio, pienso en Magaluf y sólo me viene a la cabeza el ritmo cansino de Los pajaritos –además de las voces rugosas de los borrachos al regresar de madrugada a sus habitaciones–, pero se ve que la cosa ha cambiado. Ahora los excesos culturales también derriban torres.