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Aunque no sepamos qué es, la felicidad es algo que persigue la humanidad desde que consistía en un animal muerto o un puñado de arroz en un cuenco. Durante milenios se asociaba a la obtención de placer y ausencia de dolor, pero si bien el dolor es siempre igual y no ha cambiado nada desde el paleolítico, la felicidad y los placeres, salvo los más básicos, han dado tantas vueltas y revueltas con el tiempo, girando sobre sí mismos, que ya no los conoce ni su padre. Casi 300 años antes de Cristo, el filósofo griego Epicuro de Samos, padre del hedonismo racional, convirtió el placer y la felicidad en doctrina, y alcanzó el mayor honor intelectual de nuestra especie dando su nombre a esa doctrina. Epicureísmo. La mayor aportación a la felicidad de los seres humanos. Pero los epicúreos tenían un lema fundamental. Vive oculto. Esconde tu vida, se decía también. Exactamente lo contrario de lo que hace años es la mayor felicidad de la gente, enseñar su vida y opiniones a diario, y cuantos más espectadores tenga, mejor. El gran placer del exhibicionismo, que habría horrorizado al mismísimo Epicuro. Cómo vamos a encontrar la felicidad, si cuando ya casi la tenemos, zas, nos la cambian de sitio. Naturalmente, no seré yo quien se meta con los placeres de la gente, por muy incomprensibles que me resulten; que cada cual disfrute como pueda de lo que le plazca. El exhibicionismo global del presente, que probablemente sólo sea un paso más en la vanidad, es un placer que en tanto que epicúreo hedonista no me cabe en la cabeza, pero eso es lo de menos. Lo malo es que ejerce una poderosa influencia política, y como por lo visto es muy contagioso, todos nuestros políticos, y los líderes que nos dirigen, se han vuelto exhibicionistas. Sí, los intelectuales también. Nadie esconde nada, ni su vida ni sus tonterías. Ya no hay epicúreos; capullos sí, hedonistas racionales no. Y claro, si te acostumbras al placer de la exhibición y el escenario digital (placeres actualizados), necesitas urdir continuas exhibiciones de impacto. Como yo vivo oculto, mi felicidad no peligra, pero hay mucha gente a la que estos nuevos placeres multitudinarios deben sacar de quicio. Mejor no hagan ni caso.