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Un destino inexorable aguarda a los partidos que al acceder a las instituciones no saben –o no quieren– adaptar sus postulados extremistas a la realpolitik: se hunden sin remisión. Le pasó a Ciudadanos, una formación que –no lo olvidemos– llegó a ganar unas elecciones catalanas y cuyo líder –prefabricado en los ‘laboratorios’ de la gran banca para frenar el soberanismo– a punto estuvo de pisar el umbral del Palacio de la Moncloa. Hoy no son nada: solo les queda Bauzá, que llevaba meses en silencio por si las moscas cataríes.

Le ocurrió también a Podemos, su irrupción en la política española en Cinemascope y Technicolor al empuje del dinero iraní. Iglesias debía acabar con la ‘casta’ para convertir España en un país bolchevique al estilo de Cuba y Venezuela. Su naufragio en las últimas elecciones fue espectacular y ahora forman parte de una colación de trece partidillos. Su líder en Baleares –ya ni me acuerdo de su nombre, laus Deo– fue borrada del mapa y vive el sueño de los injustos.

¿Y el caso de Unión Progreso y Democracia? Fue el invento de Rosa Díez, que había formado parte del gobierno vasco para después revolverse contra todo lo que oliese a autonomía. Gozó de un cierto éxito y al final cayó como una piedra arrojada al pozo del olvido.

Lo mismo le pasará –me apuesto una cena en Los Patos– a Vox. Su odio patológico al catalán, unido al radicalismo que enarbolan como una bandera de agitación y a la torpeza de la mayoría de sus líderes, les van marcando el camino hacia el batacazo electoral mayúsculo. Si tenemos elecciones en enero –algunos contemplan esta posibilidad– el partido de Abascal se llevará ya un buen tortazo. De todas maneras se lo pegarán en las europeas. Y es que el electorado parece tonto pero no lo es. En principio atiende los cantos de sirena del más exacerbado populismo, pero eso tiene fecha de caducidad. Si Vox no entiende que no se puede estar en las instituciones como se está en una barra de café de pijos –y no creo que sea capaz de eso– se le bajará el souflé en menos que canta un gallo. Y es que, además, hay síntomas de retroceso del populismo barato más allá de la vieja piel de toro. Ahí están las elecciones polacas y argentinas como señal de alarma. Y ojo, porque aquí en Balears el derrumbe podría estar cerca.