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Vivimos tiempos apocalípticos, querido lector. Desconozco de lo que hoy nos hablará el periódico, pero nos lo podemos imaginar. De un Pedro Sánchez hablando de sí mismo y sus horizontes de grandeza, cabreado con cuantos no piensan como él; del aumento de migrantes en nuestras costas; de los cohetes sobre la Franja de Gaza; y, sin duda, del progreso de los crímenes de género y la pornografía infantil. ¡Menudo aburrimiento! Lo de cada día.

Ahí está el problema: nos aburrimos. Antes, para evitarlo teníamos el circo y los payasos de la tele. Ahora ni esto. Recuerdo aquellas gentes que cobraban para hacernos felices algo más de media hora. A través de la radio nos llegaban las ocurrencias de un par de cómicos del momento. Nuestros políticos no hacían reír, pero ya teníamos a quienes ridiculizaban cada uno de sus gestos y decires. El caudillo Francisco Franco era aburridísimo, pero siempre teníamos un nuevo chiste sobre él. Una aguda pluma juvenil que mucho celebro, escribió hace pocos años El General y la musa para divertirnos sobre la vida sexual del caudillo y una imaginada bailarina que le encandilaba, siendo señor de la Almudayna, allá por los años treinta del pasado siglo, y de inmediato un Luis María Ansón distinguió el mérito del autor, recordando que había hecho divertido al hombre más aburrido de España. Y es que hacer reír es muy importante, trascendental.

Por esto hoy, viviendo como vivimos tiempos apocalípticos, pienso que más que nunca es necesario que nos hagan reír. ¿Alcanzaremos esta suerte? El cómico expresidente de Estados Unidos Donald Trump nos hace llorar. Son insoportables su aire, su gesto y su palabra. Puigdemont de divertido nada de nada. Solo si acaso su congénere de Izquierda, el gordito que lloriquea y se lamenta. En el Parlamento europeo ni un solo chiste, y menos en estos momentos que no son de broma. Y en España sucede que hay uno que pretende hacernos reír, me refiero al sucesor de Rajoy, su congénere gallego Núñez Feijóo, pero nada de nada. Era más divertido su padre espiritual.

Habrá que organizar una cruzada, la cruzada de la sonrisa. Será un éxito. Nuestros políticos quedarán perplejos. Habremos dado el golpe. Cuando más aburrido está el mundo y más cabreada la gente, más necesario el humor. Recuerdo la afirmación de aquel condenado que antes de morir exclamó: «Me lo podéis quitar todo menos el humor». ¡Estos son los inmortales!

Habrá que buscar payasos hasta bajo las piedras. Cuando me pregunto sobre qué perdurará mañana de la Mallorca de hoy, o qué nos queda hoy de la de ayer, de inmediato recuerdo a los amigos siempre capaces de una palabra de ironía. Por ejemplo mi querido Rafael Ferragut del Auditorium, que ya pueden venir malos tiempos, ya puede mandarle al cuarto oscuro su Alejandra, que él sigue en la suya, y hasta hace una par de décadas mi otro querido amigo Félix Pons, al que hoy la derecha quiere dedicarle una calle ¡Menuda ironía! Esperemos que salga bien parado y no le dediquen una de s’Aranjassa.

Terminemos. Y a lo que íbamos, al perdurar de la sonrisa. Nada de recordar a los cabreados y cabreadores del pasado. Eran aburridísimos y pronto se esfumaban. Olvidemos el Libro de las Lamentaciones y acerquémonos al Cantar de los Cantares.