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Mañana es noviembre, fiesta de Todos los Santos, que la gente toma por difuntos (por ejemplo, los diez mil difuntos de Gaza), y así hay dos días de difuntos. Pero lo importante es que siendo ya noviembre, queda menos de un mes para que, de un modo u otro, concluyan las sigilosas y discretas negociaciones para la investidura de Sánchez, que si no recuerdo mal, ya empezaron en agosto y se nos están haciendo eternas. Y no es eso lo peor. Lo peor es precisamente la discreción asfixiante con la que se desarrollan. No tenemos nada contra la discreción, una virtud muy necesaria tanto para los negocios como para los amores y las bribonadas, pero claro, todo tiene su medida y su límite, y una discreción exagerada sobre la que gravita una losa de silencio, fácilmente se convierte el secretismo, ocultación y hasta conjura. Deja de ser discreta, y conforme pasa el tiempo, deviene en un clamor muy indiscreto. Sobre todo si los negociadores aseguran a diario que no habrá nuevas elecciones, y gobernarán seguro. Y punto, ni una palabra más. La discreción hay que saber manejarla con mucha discreción, al modo vaticano, y no ostentosamente, porque entonces es provocación. Que exaspera a la derecha, y también a muchos socialistas más o menos históricos, que de discretos nada, y si la amnistía les parece una abominación, figúrense una amnistía provocativa tras un muro de silencio. Lo dicen en las pelis: «Tanto silencio no me gusta nada». Prudencia, cautela, sigilo… Están bien, y lo mismo sirven para investir a un presidente que para planear el atraco a un banco, pero en exceso despiertan atronadoras sospechas. Si el que calla otorga, están otorgando demasiadas ventajas a los que la palabra amnistía saca totalmente de quicio. Para cuando el Gobierno aún en funciones diga algo por fin, llevarán meses abominando del posible acuerdo, y será tal la montaña de razones, improperios y alarmas acumulados (incluida la humillación y aniquilación del Estado de derecho), que resultará casi imposible convencer a nadie de la bondad del pacto. Para muchos, esta discreción asfixiante ya no oculta negociaciones, sino agónicos trabajos para intentar explicarlas luego, que es lo difícil. Y que se vuelve más difícil cada día que pasa. Ya queda menos de un mes; poco tiempo para tanta discreción.