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El escribir una vez cada quince días implica que a veces tenga que presentar mis reflexiones sobre cuestiones de actualidad económica con un poco de retraso. Hoy voy a hablar del Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel, comúnmente conocido como ‘Premio Nobel de Economía', el cual se concedió hace unas semanas. La galardonada fue Claudia Goldin (Nueva York, 1946), historiadora económica y profesora del departamento de Economía de la Universidad de Harvard (Massachusetts). De entrada, debería ponerse en valor que la premiada sea una mujer y que, además, lo sea por su estudio pionero de la brecha de género. Dicho esto, considero relevante cuestionar no tanto el reconocimiento a Claudia Goldin sino el ‘Premio Nobel de Economía' en sí. Por varias razones:

En primer lugar, el ‘Nobel de Economía' únicamente considera trabajos dentro de la economía neoclásica. La economía neoclásica es una disciplina precientífica que mantiene una visión de la economía tan precisa como el modelo del universo de Ptolomeo.

En segundo lugar, el premio se otorga a trabajos que están totalmente desconectados de lo que ocurre en la vida real y de lo que argumentan las instituciones económicas más prestigiosas del mundo. Por ejemplo, el año pasado el galardonado fue Ben Bernanke por un modelo de ‘fondos prestables' que supuestamente explica como funciona el sistema bancario. El modelo premiado asume que los bancos deben recaudar fondos para, posteriormente, poder prestar. Ese argumento está absolutamente desacreditado por trabajos, informes y declaraciones del Banco de Inglaterra (2014), el Bundesbank (2017), la Reserva Federal (2017) y el Banco Central Europeo (2020).

Todo esto no sería tan grave si las ideas económicas que promueve el ‘Nobel de Economía' no tuvieran tanto peso en las decisiones de política económica que toman los Estados. En particular, considero que la visión neoclásica del cambio climático es tremendamente peligrosa para la supervivencia de las generaciones venideras.

No obstante, las críticas al ‘Nobel de Economía' que he presentado aquí, si bien son bien intencionadas y no del todo infundadas, están imbuidas de la misma ideología que el objeto que desean criticar. En realidad, el ‘Premio Nobel de Economía' es un sinsentido porque el objetivo del Premio Nobel, en general, es erróneo. El objetivo del Premio Nobel es antihistórico y anticientífico: no creo que el reconocimiento individual sea pertinente en un mundo en el que la ciencia es un proceso colectivo, resultado de interacciones complejas, de cooperación, de estratificaciones del conocimiento, y, en última instancia, el reflejo de conflictos entre grupos e intereses sociales opuestos. El ‘Premio Nobel de Economía' debería abolirse. Pero el resto de premios Nobel también, siendo reemplazados por reconocimientos a grupos o proyectos de investigación. Y si alguien pasa a echar mucho de menos la adrenalina de la competitividad, que pruebe jugar al pádel.