Siempre que puedo, y puedo siempre, dedico unas horas al día a caminar. Lo hago por razones de salud pero también porque me brinda la oportunidad de pensar y relajarme a la vez.
En uno de estos trayectos por la costa de Banyalbufar, hará unos tres años, me pilló un ‘cap de fibló'. Era un domingo de agosto que, al amanecer, invitaba a salir. Pero sobre las once, súbitamente se puso oscuro y después, en nada, se desató un huracán del que salí ileso por casualidad, en medio de incontables árboles derribados. Así que aprendí que si hace viento, siempre es mejor quedarse en casa. Caminar por placer tiene la gran ventaja de que no obliga a asumir riesgos.
Mi agenda varía entre semanas en las que estoy muy ocupado y otras en las que estoy solo, sin nada que hacer. Cuando no tengo tiempo, ya rumbo a la montaña consulto el móvil y me hago una idea básica de lo que me espera. Un ‘flash' mínimo.
Cuando tengo todo el tiempo del mundo, en cambio, me informo en profundidad. La competencia para convertir la información del tiempo en un espectáculo televisivo es tal que estos programas son hoy como una lección magistral sobre meteorología. En Internet hay incontables aficionados que ofrecen previsiones (uno, por cierto, un físico conocido de la familia, que hace maravillas). Yo recomendaría la información del Met Office británico, que los martes hace unos informes de media hora insuperables. Hace dos o tres semanas se remontaron a Hawaii para analizar por qué nació una borrasca que afectó a Europa. ¿Por qué Hawaii? Dependiendo de la fuerza del jet-stream que llega a Estados Unidos procedente del Pacífico, se construyen las bajas presiones de Florida que cruzan las Azores para plantarse tres o cuatro días después en Europa. Si a eso le sumamos el efecto de El Niño y de La Niña, comprenderemos por qué está lloviendo.
Estos especialistas no se limitan a estudiar los orígenes del mal tiempo sino, también, las rutas de las tormentas. Hay tres grandes centros de análisis de las masas de aire: Europa, el Met Office británico y Estados Unidos. Los tres introducen todos los datos en unos ordenadores fenomenales y por métodos matemáticos, ponderando las fuerzas en juego, establecen el rumbo y velocidad de las isobaras. Estos tres pronósticos suelen ser dispares, por lo que es bueno tener varias visiones. Incluso, en cada uno de esos centros se trabaja con unos treinta escenarios en paralelo, algunos más probables, otros menos.
Esos días en que tengo tiempo, bebo esta información y termino sabiendo todo de cada tormenta. Ahora mismo estoy siguiendo a un chalado de una isla del Atlántico que trasmite en directo desde su coche cómo llueve. Para resumirlo: cuando tengo más tiempo, estoy informado tal vez en exceso, podríamos decir.
Como consecuencia de ello, no salgo de casa. A veces es un día magnífico, pero yo no salgo porque alguno de los escenarios posibles me ha asustado: puede que sea poco probable, pero ¿y si llegara a concretarse la hipótesis trece de la predicción europea? En ese caso habría un huracán que arrancaría los árboles de cuajo y los arrojaría sobre mi cabeza. O sea que mejor me quedo en casa. Pese al sol del que disfrutan los ignorantes, hay riesgos. Los veo por la ventana: ¡pobre gente, se la están jugando! Después vuelven a sus casas, felices de haber pasado un día estupendo. Y yo encerrado.
Superinformado, hago el ridículo. ¿Por qué no sales a caminar? me preguntan. Al principio contestaba que por el tiempo, pero tras meses sin acertar, ahora ya no sé qué contestar. Incluso me he planteado si no sería mejor hacer lo mismo que cuando estoy ocupado y no me entero de cómo está el tiempo en Hawaii ni de los previsibles trayectos del jet-stream. De hecho, el balance es que cuando no estoy informado camino más, me siento mejor, soy más feliz y tampoco he sufrido ningún temporal. Cuando me sumerjo en este mar de información soy testigo de una lucha sin cuartel entre el anticiclón y las bajas presiones, pero como consecuencia de tanto dato vivo asustado debajo de la cama, esperando a que mejore, pese a que en la calle hace un tiempo maravilloso.
Hay veces que, aburrido en casa, extrapolo esto a la política o a la actualidad. ¿No vamos a enloquecer intentando entender el pensamiento de Abascal, las raíces culturales que mueven a Irene Montero, la indolencia de Rajoy, la sutileza de Prohens, la vestimenta de Armengol o los principios de Sánchez? Igual no necesitamos tantas interpretaciones de lo que al final resultarán ser ideíllas de aprendiz.
No sé yo si el hombre moderno necesita tanta información. A ver si terminamos enloqueciendo.
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