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Es público y notorio que la osadía del presidente Sánchez no tiene límites. Ha sido capaz de, con cargo al Estado y beneficio propio, pactar con los independentistas catalanes la compra de siete votos que le harán presidente del Gobierno (o sea, beneficiario del Falcon y de La Moncloa), al precio de una amnistía negociada con los amnistiables; un referéndum de autodeterminación, (o sea una propuesta de ruptura de la unidad de España, negociada con quienes quieren romperla); un mediador internacional, (nadie se fía de él) para vigilar el cumplimiento del espurio pacto; posibilitar investigar a los jueces que investigaron el ‘procés’; promocionar Cataluña en los organismos internacionales para que esté en pie de igualdad con España; lo mismo que sobre las demás CCAA; y como traca final, que en otras circunstancias seria hilarante, se pacta un revisionismo de la Historia de España partiendo de los postulados (o sea, las mentiras) que siempre ha manejado el independentismo desde 1714 hasta 2006. Además de una suma astronómica para pagar al independentismo una factura de agravios inventada. Etc.

Con todo eso, los peores de cada casa le harán presidente por un precio que no es de mercado sino de facilitación de un gran golpe de Estado. Y mientras, las bases de lo que queda del PSOE, rendidas incondicionalmente a sus pies. Tal es la sumisión al líder, que si lo planteara, estoy convencido de que le aprobarían una ley de plenos poderes como la germánica habilitante del ‘33. Por lo que, más pronto que tarde, deberemos asumir nuestra cuota de responsabilidad ciudadana, muy en serio. Saliendo a la calle en protesta permanente hasta revertir la situación y evitar el espolio.

Sánchez ha llegado demasiado lejos, para colmar su ambición. Llevan sonando mucho tiempo ya las alarmas de autogolpe y sin embargo se les ha hecho poco caso. Algunos necesitan la imagen de un Tejero, pistola en mano y pronunciando el «se sienten coño» para entender lo que está pasando.
Es cierto que España no es Venezuela, aunque ya marche hacia una tiranía tipo Maduro. Los venezolanos se consolaban pensando que «Venezuela no es Cuba»… Vean ahora el panorama. Y piensen en lo que significa para el Estado de derecho las discriminaciones, privilegios y otros despropósitos del pacto: Su pulverización. Y todo para satisfacer la ambición de un hombre que me da la impresión de que algún día querrá reinar. A quien, si le permitimos que nos lleve por su camino, la democracia no nos acompañará.