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Cada día me miro en el espejo buscando sentido a esa frase que dices cuando te pones trascendente: que sólo aspiras a seguir mirándote en el espejo. Es una frase, todo el mundo que alguna vez se ha puesto trascendente lo sabe, sobre la importancia de los principios y de la coherencia. Estos días se ha hablado mucho de principios, de coherencia, de cesiones y de renuncias. Por el acuerdo este con la ley de amnistía que permitirá que Pedro Sánchez continúe como presidente del Gobierno de España y, también, por los acuerdos entre PP y Vox de después de las elecciones autonómicas. ¿Qué es ceder?, ¿se puede avanzar sin ceder?, ¿cuáles son los límites?, ¿es verdad que tenemos un precio?, ¿cuando cedimos la primera vez?, ¿por qué cedimos?, ¿cuántas veces en la vida hemos hecho cosas que proclamamos no hacer?, ¿se puede trabajar, ascender y llegar cómodamente a la jubilación sin ceder?, ¿lo que vale para la vida privada no vale para la pública?, ¿sólo vale para los asuntos políticos?, ¿nos traicionamos un poco cada día sólo para seguir siendo quienes creemos que somos?, ¿nos miramos en el espejo sólo por confirmar cómo somos?, ¿por qué fuimos (en sentido figurado, claro) a aquel mundial de Qatar si no se respetaban los derechos?, ¿por qué (y otra vez en sentido figuradísimo, como si de verdad los gobiernos nos representaran) no hemos roto ya con Israel y hasta los países árabes ricos miran a otro lado?, ¿no se agita nuestra coherencia cada vez que consumimos en locales dónde es tan evidente la rotación de personal que ahí solo puede haber contratos basura?, ¿cómo se acaba con una guerra sin pactar con el enemigo?, ¿por qué sigo teniendo más preguntas que respuestas?, ¿me puedo permitir el lujo de opinar si sólo tengo más preguntas que respuestas?, ¿puedo preguntar a la imagen del espejo algo más que si pactaría conmigo?