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Desde luego, si hay algo a lo que nos estamos acostumbrando a marchas forzadas y sin rechistar es a que nos tomen el pelo. Resulta que este próximo viernes va a ser negro. Porque sí. Porque alguien lo ha decidido. Y todos más contentos que unas castañuelas. El hermoso, otoñal y cárdeno mes de noviembre, muy cantado por poetas de otros tiempos, se ha convertido en el mes negro del año. Y si no te gusta, te jodes. El viernes negro es una celebración que nos llega –cómo no– de Estados Unidos. Poco nos falta para que el día anterior también nos reunamos en torno a un pavo relleno para dar las gracias. Por lo que sea: día de Acción de Gracias y no se hable más. Por excusas no será. Hay diferentes teorías sobre el nombre del viernes. Una apunta a que los policías que regulaban el tráfico, debido a tanta circulación, aseguraron que aquel estaba siendo un día muy negro. Otra, al parecer más cierta, se refiere al estado de los números de los comerciantes que, después de pasar un período en números rojos, conseguían que sus cuentas se recuperaran y volvieran al color negro gracias a las extraordinarias ventas. En realidad no nos importa de dónde venga el nombre. Lo que nos importa es hacernos con un buen número de artículos a precios de ganga. El ahorro, ya desmedido ya insignificante, genera en el individuo de a pie una sensación de alivio. Tal vez porque no se da cuenta de que unos días antes los precios experimentan una subida considerable y que, el día en cuestión –negrísimo– regresan a su estado inicial. ¡Menuda estafa! Pero da igual. Compremos. Compremos y ahorremos y seamos felices. Que algo sea mentira no es razón para no celebrarlo. Al contrario: qué maravilloso es celebrar que nos tomen el pelo a sabiendas. Probablemente esta estupidez humana es lo que me reconcilia con la vida. Así pues, dejémonos de poemas y comprémonos un buen pavo.