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Parece que hay que recuperar la palabra berrinche, que definía con rotundidad sonora aquél cabreo fundamentalmente de niños y algunos adultos más bien coléricos. Cuando el estado de enfado era continuado, el berrinche pasaba a verraquera (o barraquera en alguna región), insoportable explosión de lloro a mandíbula batiente y sin apenas lágrimas. Pura rabia. Como la cosa política está en manos de mayores que no lloran, y los parlamentos no son escenarios adecuados para berrinches y verraqueras, recurren a modalidades de protesta menos estrepitosas como la pataleta. A veces la pataleta esconde fingimiento, pero esta no lo parece por el asedio que practican algunos desde hace semanas. Es lo suyo. Sería una profunda decepción que PP y Vox no hubieran reaccionado con tanta rabia contra acuerdos, pactos y nuevo Gobierno. Haga lo que haga, diga lo que diga, cambie lo que cambie, proyecte lo que proyecte el presidente Sánchez, pataleta y manifestación al canto, que hay que buscar la complicidad de la calle para blanquear y justificar el fracaso de no poder gobernar. Como debe ser, pero conviene domar la tensión y convenir que las manifestaciones son sanas si se convocan para cuando haga buen tiempo. A media mañana, con sol, sin frío, una concentración es un acto festivo, sirve para sintetizar vitamina D, para relacionarse (socializar, no que suena mal) y arropar a los líderes con razón o sin ella. Claro que lo del intento de asalto a Ferraz, sobre todo lo del joven militar en activo con pistola en la entrepierna, es otra historia. De terror.