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La Tierra se nos está quedando pequeña. Y no lo digo tanto porque seamos ya demasiados millones de habitantes en ella, como porque a la gente ya no le quedan rincones que visitar y, sobre todo, fotografiar. El arte de viajar, que supongo que se fue desvaneciendo con la llegada del fenómeno turístico, ahora ya no creo ni que exista. Porque todo está descubierto, todo está visto, y todo está subido en las redes. Ante tamaño desorden –o puede que por curiosear en el más allá–, la NASA ha decidido desplazarse hasta Júpiter, no sin antes regalar a la humanidad una fantástica oportunidad: llevar a este planeta hermano un microchip del tamaño de una moneda de diez céntimos en el que figure el nombre de todo el que lo desee (bueno, desconozco si hay un límite), además de un poema de la norteamericana Ada Limón (primera poeta latina premiada en EEUU). Si usted desea que su nombre llegue hasta allí, debe apresurarse a mandarlo antes de que finalice este año, pues a la iniciativa, llamada operación ‘Mensaje en una botella', ya se han inscrito unas 700.000 personas. Fantástico. Una vez llevada a cabo tal proeza, no habrá nadie que le supere a la hora de fardar sobre ningún posible destino alcanzado (nada menos que Júpiter). Si a mí me gustara viajar, creo que no me lo pensaría dos veces. Tiene que ser una delicia poder contar hasta dónde has llegado (ni el influencer más célebre podría superarlo) y cuán importante es eso para ti. Pero como no es el caso ni de lejos, no me pienso inmutar. Sólo espero no tener que soportar una murga así de nadie en el bar ni en ninguna parte, porque puede ser una tortura mortal. Menudas ínfulas. Tener que escuchar a menudo las aventuras de la gente a lo largo y ancho de nuestro planeta y, encima, hacer ver que te interesa ya es suficiente. Sé de lo que hablo. Créanme.