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Palma se ilumina sin recuperar su luz propia. Ha perdido rincones increíbles y con ello, probablemente, toda la ciudad. Esa Palma que siempre fue la capital y una aspiración para la Part Forana (todo lo importante siempre había ocurrido en Ciutat) ya no es un referente. Si todos los cruceros van a Palma es porque no hemos sabido activar otros puertos; si la Sinfónica toca en el Auditorium es porque faltan iniciativas para llevarla a otros templos musicales; si se colapsa la vía de cintura es porque no hemos sabido deslocalizar ni tampoco dar más cancha a otros polígonos industriales (sorprendentemente algunas cadenas hoteleras no tienen su sede en Palma). Ya lo he comentado, la mejor manera de sanarse es ceder protagonismo al resto de Mallorca para así poder repensarse y cambiar drásticamente de rumbo. Recuerdo aquellas décadas en las que ser de pueblo implicaba cierto demérito y podía generar algunos complejos ante los palmesanos, que no eran tantos porque el vasto ensanche de Palma estaba poblado de foravilers (incluso Son Gotleu). Lo de las luces de Navidad me ha servido para comprobar lo excesiva que es esta Palma multikulti (término berlinés que uso asépticamente) donde casi no hay ningún arraigo, ni tradición, ni pertenencia. Una tarde de Tapalma en la que también he comprobado que son los extranjeros los únicos que dan vida a determinadas zonas, bares y restaurantes y que crean esa sensación de expulsión de una existencia casi extinta, el ser mallorquín. Y lo más alarmante es la proliferación e imposible contención del vandalismo grafitero que se extiende por todo el centro y que deja muy patente su abandono y absoluta dejadez. Algo ya asumido para quien ha vivido en El Terreno y ahora escuchar a necios criticando la arriesgada y brillante intervención de Camper que ha salvado la que fuera esplendorosa plaza Gomila. Afortunadamente Palma siempre aglutinó a los grandes personajes (en otros artículos ya he hablado de Gertrude Stein y otros olvidados habitantes del mencionado barrio) y siempre ha contado con emprendedores capaces de darle el máximo valor. Me ceñiré a dos nombres extranjeros para no cometer agravio entre mallorquines. Hace unas décadas un nómada sueco llamado Mats Wahlström inició la revolución de la Lonja con ese Puro Hotel que generó una espiral de reformas culminada recientemente con la recuperación de Can Oliver que ya explota Nobis. En la palanca cultural cabe citar la revolución desde la Gallery Red promovida por el norteamericano Drew Aaron y donde ilustres de la pintura moderna conviven con artistas locales. Esta ciudad sigue manteniendo su magia y solera a pesar de todos sus desastres. Creo en esa mano privada que la cura y no en esa dirección política que la ha hundido. Es más, sigo sin comprender este farragoso y duradero arreglo del paseo marítimo cuando el mar apenas se ve entre tanta marina y barcos. Palma no necesita iluminarse, ni absurdos proyectos políticos, le bastaría con retomar su esencia.