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Durante el pasado debate de investidura, Pedro Sánchez recalcó varias veces la idea de que «España es un país formidable», cosa que a todos nos gustaría creer y que seguramente solo piensan quienes gozan de una situación privilegiada en la sociedad. Para el resto, y esto no es pesimismo patológico, sobrevivir en este país es difícil. Por eso las últimas estadísticas revelan que nos abocamos a una foto-fija en la que apenas nacen niños. Es fácil adivinar por qué. El instinto maternal va con la naturaleza y, cuando se presenta, es casi imposible eludirlo. Hay millones de mujeres que jamás lo sienten, es cierto, y es perfecto también. El drama viene cuando quien desea ser madre se ve imposibilitada por las circunstancias económicas y laborales. Porque en ese caso no es la biología, el destino o cualquier elemento ineludible, sino los políticos, esos que gritan a los cuatro vientos que «España es un país formidable». No es formidable que tengamos que currar hasta las ocho de la tarde, cuarenta horas a la semana o más, tampoco lo es que tengamos que hacernos cargo de todos los enfermos, ancianos y discapacitados de la familia, ni que el salario que recibimos por ese esfuerzo apenas llegue para pagar el alquiler o la hipoteca. No es formidable que criar un solo hijo cueste lo mismo que comprar un piso. Multipliquemos si se trata de dos o más. Quienes pululan allí arriba, en ese paraíso de nubes algodonosas que huelen a jabón, creen que todo el monte es orégano, porque para ellos lo es. Al menos económicamente hablando. Para el resto todo es cuesta arriba, un esfuerzo tras otro. No digamos si a la familia solo le entra un sueldo o si es monoparental. Lo formidable sería que fueran capaces de ver todo eso.