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El secretario general de la ONU, António Guterres, se ha convertido en el más feroz defensor del freno al cambio climático, quizá porque maneja información de la que nosotros carecemos o solo recibimos de forma fragmentada. En la cumbre que se celebra en Dubai, país que vive del petróleo –risas enlatadas, por favor– ha exigido el fin de los combustibles fósiles. Es algo lógico si viviéramos en una burbuja que flota en el hiperespacio sideral, pero complicado en la situación actual. Todos los meses los organismos oficiales nos bombardean con datos sobre inflación, crecimiento del PIB, desempleo, deuda… noticias que nos golpean cada vez que conllevan un desarrollo negativo. El mundo actual está pensado para el crecimiento perpetuo, algo del todo imposible, porque hasta el cáncer se termina cuando acaba de conquistar por completo el organismo en el que prolifera. Guterres nos pide que nos detengamos. Y ojalá pudiéramos, estamos cansados de remar sin descanso en la misma dirección durante décadas. Pero me temo que no es posible. Al inicio de la guerra de Ucrania el mayor problema no era que esa gente estuviera en peligro de muerte, sino que de pronto nos faltaba el gas que le compramos a Rusia y la producción de las fábricas alemanas se veía en riesgo, lo que conllevaría una debacle económica para todo el continente. Situación aplicable a Estados Unidos, China y cualquier gran foco industrial del mundo. Podríamos frenar, tomarnos unas larguísimas vacaciones para dejar respirar al planeta, claro que sí, ya ocurrió durante la pandemia. Pero ¿después qué? ¿Quién paga los subsidios, de dónde sale el dinero, cómo diseñamos un nuevo mundo? Los que tienen mucho que perder no lo permitirán.