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En las primeras etapas de la vida humana, el recién nacido necesita ser acogido por un medio lo menos hostil posible. Ello supone de facto que el recién nacido depende de la benevolencia de quien se encarga de él. Conforme la vida avanza, el deseo y la necesidad se diferencian de forma más clara; el niño debe aprender que la realidad impone límites racionales al deseo sin condiciones. Por eso, una buena educación implica que dichos límites deben ser claros desde la primera infancia. En un sistema democrático, las sociedades tienen, es una tautología, los gobiernos que merecen, incluso si estos se basan en políticas y comportamientos irresponsables. En España, la educación, sobre todo la pública, ha sido conquistada por demagogos y pedagogos que han cultivado, durante suficientes años, una enseñanza para la adolescencia eterna que tanto abunda. Cuando los padres se manifiestan, armados de pensamientos progresistas, en contra de los deberes y los exámenes, están denunciando el cultivo de errores existenciales como la dependencia y la utilización. Prácticamente todas las propuestas y medidas del actual gobierno están alineadas y destinadas a una sociedad inmadura y dependiente. La inmadurez se manifiesta mediante creencias irracionales en propuestas irrealizables o de consecuencias perniciosas para toda la sociedad. La dependencia es el resultado del abandono de la responsabilidad y por tanto de la libertad que, según Don Quijote, «Es uno de los más preciados dones que los dioses dieron a los hombres».