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No de otra manera se explica que una sociedad como la nuestra tan chuscamente engañada cuente con unos ciudadanos tan mansamente complacidos. Nuestra actual cultura no es cultura de indigencia, sino de demasía. La sobreexposición de lo mismo en todos los medios durante un largo período nos satura el cerebro; olvidamos el sinsentido de la guerra cuando a diario se nos muestra y olvidamos que es mentira lo que se nos repite con insistencia. Las tragedias ya no llaman al llanto ni los engaños llaman a la indignación. La indiferencia es hija primera de la saturación.

Es el inmenso dominio de quien se hace con el poder del relato. Hoy, no manda la cultura genuinamente periodística del hecho que sucede, sino la cultura dicharachera del gurú que lo relata. Quien domina el relato lo repite sin pestañear y quien lo escucha lo acepta sin dudar. La inhibición es hija segunda de la saturación. La saturación imposibilita lo críticos que debiéramos ser los ciudadanos, al tiempo que produce los ciudadanos pasivos que somos. La narcotización es hija tercera de la saturación.

Se comprende así que vaya creciendo tanto el número de ciudadanos que se desconecta de páginas de prensa, Youtube y Tiktok. Queda así planteada la gran pregunta: los únicos futuros ciudadanos libres, ¿serán los desinformados? ¿Queda una tercera posibilidad entre el informado pero amodorrado y el emancipado pero desinformado?