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Las críticas sobre Puigdemont nunca puedes saber a ciencia cierta si son sinceras o vienen mediatizadas por lo que representa más que por lo que es. Este no es mi caso, ya que el único voto que he realizado en mi vida fue en el año 1919 y fue por él para el Parlamento Europeo. Estoy completamente seguro que los que ahora le humillan como un simple fugado, en aquel año les era imposible imaginar que sería capaz de determinar el jefe del Ejecutivo imperial. Yo tampoco hubiese podido determinarlo, pero, contrariamente a ellos, deposité a su favor por primera y, de momento última vez, una papeleta en unas elecciones. Por una razón muy sencilla, porque creía que era el único que podía ser capaz de poner en un brete al Imperio. No sabía cuál podría ser dicho brete, pero sí que de haber alguien que fuese capaz de hacerlo sería él. Las circunstancias han hecho que haya ocurrido, pero, además de las circunstancias, para ello era imprescindible que él estuviese allí, en el lugar correspondiente y en el momento preciso. Juntar tiempo y espacio en perfecta sincronía es una obra maestra al alcance de pocos. No puede negarse que este caso se juntó con una situación insólita; pero volvemos a lo mismo, esta situación no se hubiese poder dar si él no hubiese estado allá. Estar él allá era indispensable para que se diese la perfecta sincronía necesaria.

La mayoría de los comentarios que he visto sobre los resultados efectivos de su actuación sobre la elección de Sánchez son despreciativos. Pero esto solamente se puede mantener si se persigue sobreponer los deseos a las circunstancias. Pero es innegable que las actuaciones de Puigdemont no se guían por ese fin, sino precisamente por el opuesto, en colocar al Imperio en tal tesitura, que se encuentre tan descolocado que sea incapaz de contar con su única baza, la fuerza factible para detener las efectividades de sus oponentes. Y la actuación de Puigdemont, en estos momentos, está demostrando claramente, incluso mucho antes que se hayan implementando sus peticiones, de que está sacando de sus casillas a la gran mayoría de los imperialistas. Además, las autoridades judiciales han perdido toda su mesura y parecen más bien estamentos marginales pretendiendo tergiversar incluso sus objetivos más perentorios. Nunca me hubiese imaginado poder ver a tantos reprobando un poder que siempre había sido considerado como la esencia suprema de la justicia de la sociedad y asistir a una crítica tan explícita hacia ese poder tan «sagrado». Esa crítica no puede negarse desde ningún punto de vista democrático porque la actuación de ese poder, se mire como se mire, ha sido espeluznante. Su situación solamente puede entenderse cuando se sabe que el franquismo lo había dejado como su principal fortificación para el atado y bien atado.

Debemos tener en cuenta que Puigdemont, además de estar en el momento preciso en el lugar adecuado ha conseguido poner furibunda a gran parte de la sociedad castellana y especialmente a la madrileña, creando una enorme confrontación de una parte contra otra. Con lo cual está consiguiendo que Castilla ya no goce de un consideración única, sino que ha contraído una fractura inconmensurable que la hace sumamente más débil de lo que ella anteriormente creía. Creo que Catalunya puede encontrar su vía, porque, a pesar de sus muchas minusvalías, tiene algo esencial para conseguirla. Frente a un Imperio brutal, tiene unas virtudes vitales para hacerle frente, como son la constancia, la visión y sobre todo la necesidad. Y, si este camino realmente ha llegado habrá sido gracias a Puigdemont.