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La llegada de un nuevo año nos impulsa a hacer nuevos propósitos que jamás cumpliremos y a recordar lo vivido en el año que, como parte de nuestra vida, se va. El 23 ha sido un año que me ha dado muchas alegrías, tanto en lo personal como en lo colectivo; son muchos los buenos regalos que me ha hecho, aunque también han sido muchos los golpes, y muy duros, que me ha dado llevándose a personas que formaban una parte muy importante de mi universo, personas con las que compartí sueños y alegrías, personas que estuvieron a mi lado en los momentos duros que a todos, de una u otra forma y en un momento u otro, nos toca vivir. Puede que la vida solo sea eso, la etapa de un breve viaje de luz entre oscuridad y oscuridad que compartimos con unas cuantas personas que han nacido en nuestra época, han vivido cerca de nosotros o simplemente se han cruzado en nuestro camino. Y son esas personas las que, como cinceles y a veces sin siquiera darse cuenta, nos modelan, nos hacen como somos. Forman parte de nosotros y, aunque sabemos que ya nunca más las volveremos a ver, siguen viviendo dentro de nuestro yo más hondo. Recordamos sus caras, escuchamos sus voces, revivimos los instantes, a veces fugaces, que compartimos y que nunca olvidamos. Nuestra memoria es nuestra identidad, poco importa que nuestros recuerdos sean fieles a la realidad, lo son a lo que entonces sentimos. Con eso basta.

Y entrados ya en el nuevo año, ese que cada vez nos promete que dejaremos de fumar, iremos al gimnasio o aprenderemos inglés de verdad, no podemos contemplarlo sin ilusión, la ilusión de pensar en las cosas que podrán venir o, simplemente, las que, al fin, dejaremos atrás. Y si podemos contemplarlo con ilusión es porque, a estas alturas de la vida, hemos aprendido a ver la realidad con la inocencia de cuando éramos niños y la curiosidad que nos ha llevado a seguir siempre adelante. Quizá por eso el mejor propósito que podemos hacer para este nuevo año no sea dejar de fumar, ir al gimnasio o aprender inglés, ínfimas cosas del yomimeconmigo, sino que podamos conocer a nuevas personas con las que compartir nuestro viaje, que podamos afianzar lo que sentimos por quienes nos han acompañado y por quienes nos siguen acompañando. Al final entendemos que vivir es compartir y que la diferencia entre la alegría y la felicidad es precisamente esa, que nos atrevamos a compartirla. De nosotros, y solo de nosotros, depende que este 24 recién estrenado sea un año maravilloso… o hagamos que lo sea.