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En fechas como el 25 de diciembre o la última noche del año, muchos nos esmeramos en buscar palabras especiales para desear cosas buenas a nuestros seres queridos. En las felicitaciones escritas que he recibido este año, me llama la atención el frecuente uso de la palabra fraternidad.

No deja de ser curioso que casi dos siglos y medio después de que la fraternidad, ligada a la libertad y a la igualdad, moviera el mundo y provocara uno de sus mayores progresos como civilización, su reivindicación siga siendo de actualidad. Se trata de una vieja aspiración, situada históricamente en 1789, que parecía olvidada, pero que de nuevo esta vigente. Una vieja aspiración a la novedad.

Fue la Revolución Francesa la que consagró la tríada republicana (como se la conoce en Francia): libertad, igualdad, fraternidad, que supuso un cambio radical y dio lugar a un nuevo modelo de sociedad que, con sus luces y sombras, es el que ha permanecido hasta nuestros días.

En la triada, la fraternidad, no estuvo presente desde un primer momento. Se incorporó cincuenta años más tarde, en la Constitución de la Segunda República (1848) y surgió para neutralizar los peligros de considerar la libertad y la igualdad de forma aislada. Si en el uso de la libertad, solo importan los irrenunciables privilegios de uno, en detrimento de los demás, la libertad comporta desigualdad, es el egoísmo de los fuertes; pero también la igualdad puede comportar restricción, coacción y, al ser todas las personas iguales, a que los demás no existan. Para salir del yo y del somos personas anónimas, llegó la fraternidad completando la triada republicana. Pero la palabra fraternidad cayó en desuso siendo substituida por solidaridad, que nació en la Tercera República cuando, tras la Comuna de París, hubo una explosión de fraternidad entre la clase obrera. Los burgueses republicanos cobraron conciencia de que la libertad no resolvía las cuestiones sociales, que la igualdad conllevaba insurrección; y la fraternidad, extraño punto de encuentro entre la tradición cristiana y la Ilustración, era revolucionaria. Se ha dicho que la solidaridad es la fraternidad en frío, una fraternidad delegada al Estado, un asunto de reglamentos y de impuestos y que es como la calefacción central respecto al fuego en la chimenea; funciona en toda la casa, pero la gente no se reúne en torno a un radiador porque la fraternidad es un sentimiento, una afección social, algo sensible.

Es alentador que nuestros gobernantes hablen hoy de fraternidad (léase de manera inclusiva: sororidad y hermandad) que no es un lazo de sangre, sino de valores, y por ello, parte de la voluntad. Difícil de vivir, pero indispensable. Quizás sea la más arriesgada pero la más necesaria de las virtudes.