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El pasado lunes me quedé perplejo cuando leí la noticia de que nuestro Rafa Nadal será el embajador de la Federación de Tenis de Arabia Saudita, país en el que se construirá una delegación de la Academia de Manacor. El tenista explica que pretende ayudar y servir de «inspiración a una nueva generación de deportistas» de este país porque hay «un gran potencial». Está claro que Nadal aprovecha, al final de su carrera profesional, la misma oportunidad millonaria que otros deportistas de alto nivel como Ronaldo, Benzema o Mané. Sin embargo, su caso es distinto. No vende rendimiento, sino imagen. Y eso es más serio, porque Nadal ha conseguido ser un emblema de España. Además de convertirse en un gran campeón, ha sabido proyectar las mejores cualidades del ser humano. Nobleza, inteligencia y capacidad de sacrificio se le atribuyen como parte fundamental de su éxito y de su naturaleza. Y España le ha lucido como un ejemplo, como un referente mundial. Pero es que aún hay más. Fan Ji, el presidente de la Asociación China en Baleares, me comentó en cierta ocasión: «Millones de chinos desconocen la existencia de Mallorca, pero todos saben quién es Rafa Nadal. Y que haya nacido aquí ayuda mucho a nuestro comercio». Todo va unido. Los árabes que no pudieron comprar Telefónica se hacen con otro emblema patrio. Se mire cómo se mire, es un fichaje estupendo para un país tan inmensamente rico como retrasado en derechos democráticos y sociales. No se puede tener todo, pero se puede aspirar a todo, deben pensar los saudíes, que no son tontos. Y en eso están.