El comandante de Infantería Humberto Gil Cabrera fue el militar de mayor graduación de las milicias que desembarcaron en Mallorca en 1936 y el primero en vaticinar la derrota. El segundo día de batalla pidió por escrito la retirada inmediata para evitar que sus hombres fueran «aniquilados». El jefe de la expedición, el capitán de Aviación Alberto Bayo, con menor graduación que él, no solo le desoyó, sino que a punto estuvo de fusilarlo.
Gil Cabrera era valenciano y tenía 50 años cuando comenzó la Guerra Civil. Entonces ya era un militar reconocido, un héroe de las campañas de África con nueve condecoraciones al que encargaban sofocar revueltas en Cataluña. Según la prensa anarquista, era un «oficial bondadoso» que simpatizaba con la CNT y evitaba «sangrientas represalias contra los obreros».
La Generalitat de Companys le puso al frente de los cuerpos de seguridad y acabó condenado por complicidad en el golpe de octubre de 1934. Sus compañeros militares le ofrecieron una reclusión VIP en el castillo de Montjuïc que produjo una extraña paradoja: en un año pasó de ser preso a comandante de la fortaleza. En ese momento sobrevino el golpe militar.
La Barcelona revolucionaria le puso en una situación muy incómoda porque querían convertir Montjuïc en un matadero. Un día le dijeron que le traían «11 cerdos». Cuando vio que se referían a curas, no los dejó entrar y los asesinaron en la puerta. El comandante se hartó y pidió que le destinaran a la conquista de Mallorca.
Se convirtió en el militar de mayor graduación de la expedición, pero solo ejercía de jefe cuando Bayo se ausentaba. Todos le tenían mucho respeto. Era uno de los pocos militares de prestigio de probada fidelidad a la causa. Una columna de 400 milicianos llevaba con orgullo su nombre, entre ellos la centuria de voluntarios mallorquines. Sin embargo, todo se torció el primer día. El desembarco en Porto Cristo fue un desastre y Gil Cabrera tomó junto a otros jefes la arriesgada decisión de pedir la retirada: «Es inútil la base porque, colocada exclusivamente a la defensiva, todas las fuerzas de Mallorca serán concentradas contra ella y, disponiendo de abundante artillería, será aniquilada».
Bayo encolerizó al leer el escrito y amenazó con fusilar a tres de los firmantes, entre ellos Gil Cabrera: «Tuve una reacción terrible. Me amenazaron dos de ellos con sus propias tropas. Hasta hubo uno, por cierto, profesional, que me tildó de borracho y loco». Bayo pidió el relevo de todos ellos, pero en Barcelona le obligaron a mantenerlos, a pesar de la desconfianza. El reembarque augurado por Gil Cabrera se produciría 18 días después, el 4 de septiembre de 1936.
El comandante lucharía después en el frente de Aragón y llegó a teniente coronel. Tras la guerra, sufrió prisión y murió de un ictus en la cárcel en 1954 con solo 68 años de edad.
Su nieto se llama Carlos García Gil y vive en Vilanova i la Geltrú. Contactó conmigo para conocer más sobre la aventura mallorquina. Recuerda que su abuelo «abandonó Montjuic y se fue a Mallorca porque no quería ser un verdugo. Aquello le salvó de la pena de muerte». «Gracias a la memoria sabemos de dónde venimos. Es lo que inculco a mis hijos», añade.
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