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Siempre se ha manipulado la historia. Cambiar a conciencia los hechos con la intención de favorecer o perjudicar la imagen de los protagonistas de un relato viene de antiguo. El faraón Ramsés II se dio como ganador de la batalla de Qadesh contra los hititas, pero de allí salió vapuleado y por piernas. Reyes, dictadores y generales victoriosos han contado de sí mismos lo que han querido. Algo parecido ha sucedido con los historiadores. El muy malintencionado Suetonio consiguió el primer best-seller de la Antigüedad con el chismoso libro Los Doce Césares.

Tanta influencia alcanzó, que su vibrante biografía sobre el emperador Tiberio amplió el vocabulario con una palabra tan mallorquina como tiberi para definir las comidas abundantes, variadas y excelentes. Las manipulaciones de los relatos han desembocado en las falsificaciones actuales. Las series de TV incorporan en sus repartos a personajes imposibles. Producciones millonarias y perfectamente recreadas degradan la historia. En Los Bridgerton, de Netflix, un duque inglés es negro y la reina, criolla. En esa tendencia pujante, otra actriz negra es la confidente política y amicus principis de la poderosa Livia Drusila, la mujer del emperador Augusto.

Este otro disparate pasa en Domina, de Movistar. Los productores alegan que con esa especie de igualitarismo racial sus series interesan en todos los mercados. Es posible, porque las aclaman millones de personas en el mundo. Pero por este camino la reina católica será mongola, Toro Sentado blanco e Iván el Terrible negro. Mucha gente se lo creerá, pero lo peor de todo será que vaya usted a discutírselo.