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Hace tiempo, demasiado, dejaron de llegar. Ya nadie las escribe. Hoy todo es rápido, inmediato, frío y pragmático, siempre pragmático, sólo pragmático. Nada queda de la poesía de ayer, de los amores que fueron, de los sueños que venían en un sobre para alegrarnos la vida. Recibos y extractos bancarios han asesinado a las cartas de amor. Ya nada queda del cuidado con el que volcábamos nuestros sentimientos en un pedazo de papel, nada de lo que repensábamos una y mil veces para que llegara siquiera a sugerir la inmensidad de lo que sentíamos, nada de la ilusión con la que, expectantes, las dejábamos en el buzón, nada de la espera, la dulce espera que nos hacía soñar con aquel papel que pronto llegaría a sus manos, nada de todo lo que llegábamos a imaginar que sentiría al leerla, dónde lo haría, cuándo, cuántas veces… y nada del tiempo que se negaba a pasar alargándonos la vida mientras aguardábamos su anhelada respuesta.

Hoy todo es rápido, frío e inmediato. Milagrosamente recibimos correos casi en el mismo instante en el que son escritos, pero son correos sin poesía, los versos no tienen cabida en ellos. Muchos, los más, no son escritos para alegrarnos el día, sino para recordarnos que tenemos que hacer tal o cual cosa. Con tanta urgencia y tanta prisa hemos olvidado la bella y necesaria sensación del dolce far niente, de escuchar lo que el corazón nos dice, de saborear el silencio, de hablar el idioma de los que aman… Los mensajes y whatsapps eran el último reducto de las palabras de amor, nuestra última esperanza, pero los estandarizados emoticonos las han condenado al silencio. Hoy hasta hemos sustituido el «te quiero» por un triste y desangelado «tq». En esta sociedad que tanto necesita de caricias, besos y abrazos hemos sucumbido a la terrible frialdad que sepulta a las palabras con abreviaturas, las miradas con pantallas y los sentimientos con sempiternas prisas.

Quizá sea hora de reivindicar el derecho al tiempo, a recuperar el goce de la espera y sus sueños, a revivir el placer de encontrarnos a nosotros mismos frente a una página de papel en blanco en la que volcar lo que somos y lo que todavía podemos llegar a ser, a volver a ser personas y no simples avatares, a desaprender ese modelo de vida que nos lleva, rápidos, raudos, estúpidos y veloces, a ninguna parte. Y si hemos sido capaces de barbarizarnos así sin la ayuda de la inteligencia artificial, no quiero ni pensar lo que será cuando domine nuestras vidas. Todavía estamos a tiempo de ser nosotros y no un simple bit del Big Data.