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Los agricultores franceses, con gran alborozo de la ultraderecha francesa y convencidos de que sus homólogos italianos y españoles no se atienen a normativas medioambientales tan severas como las suyas, han vuelto a montar el gran cisco, con carreteras bloqueadas y camiones destrozados. No hace mucho, ya comenté la manía francesa de montar la Revolución Francesa cada dos por tres, por esto o por lo otro, desde el éxito mediático de aquellos chalecos amarillos que pusieron el país patas arriba durante meses a cuenta de una mínima subida del combustible. Ignoro en este momento si los agricultores amotinados han tomado ya París o sólo mantienen el cerco en la ciudad del amor. O si el Gobierno de Macron, sabedor de que los revolucionarios franceses (agricultores en este caso) son la brújula intelectual de occidente, un faro filosófico que crea tendencia igual que la alta costura y la perfumería, han logrado aplacar su furia literaria con mimos, euros y patriotismo, como suelen hacer en estos casos. Es igual porque ya está claro que ninguna medida medioambiental ni contra la crisis climática va a funcionar el Europa, ni en el mundo, sin que estalle la Revolución Francesa con el aplauso de las ultraderechas. ¿Y cómo deducen los sagaces agricultores franceses que los italianos y españoles no acatan idéntica normas medioambientales, y según su Gobierno, juegan con ventaja? Muy sencillo, aunque al tratarse de franceses, hay que recurrir a los clásicos. Al Lazarillo de Tormes exactamente, la cima de la picaresca, en cuyo primer capítulo cuenta Lázaro su vida con el avariento y mezquino ciego que le mata de hambre. Al célebre episodio de las uvas, en el que habiendo pactado comer el racimo de grano en grano, el ciego infiere que le está engañando y las come de tres en tres, pues él lo hace de dos en dos y no se queja. Un poco francés parece, el ciego. Total, que como ni los agricultores italianos ni los españoles protestan, ni montan revoluciones, es señal inequívoca de que están violando las normativas más aún que ellos. Sí, cuando se habla de franceses hay que echarle literatura. Así no puede funcionar ni la más tibia medida medioambiental.