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No sé qué debe pasar en otros lugares, pero las diez plagas de Egipto en versión mallorquina caen aquí sobre quien se atreva a emprender un proyecto cultural, sea público o privado. Hago esta reflexión a raíz del 20 aniversario del museo Es Baluard. Pedro Serra, que fue director de Ultima Hora y coleccionista de arte, aceptó el reto del alcalde Joan Fageda y del regidor Carlos Ripoll de crear esta infraestructura en el estercolero del Puig de Sant Pere. Serra tuvo que vérselas con una jauría de intelectuales y pseudointelectuales que le acusaron de lo inimaginable. Hubo políticos, profesores de universidad, asociaciones de artistas y de cosas parecidas, críticos, progres, lletraferits i aviram de tota casta, que diría el escritor Antoni Serra, que se le echaron encima. Incluso le acusaron de mercadear con sus obras de arte, que ya había donado o cedido por 30 años. No podían consentir ni el proyecto, ni el concepto museístico, ni que él lo liderara. Una escandalera. Pero este espacio se construyó porque él se empecinó y se impuso. Aquí siempre existen jaurías a punto de pontificar, criticar y ahuyentar, hambrientas de temas y de polémicas culturales, por nimias que sean. Cierto es que no se las oyó cuando se picaron los sillares de la Seu para sostener el mural cerámico de Barceló, pero es que en todo hay gustos e intereses. Así que no nos sorprendamos si Málaga nos pasa por delante con su oferta cultural. O si el edificio de Gesa se consolida como una ruina perenne frente al mar. O si los inversores que quieren recuperar y dar uso al patrimonio histórico desisten: da una pereza enorme lidiar con las jaurías.