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La sequía es la noticia apocalíptica de cada día, sobre todo en Catalunya, donde ocupa más espacio informativo que los forcejeos soberanistas y las tórridas soflamas procedentes de Bélgica. Abre telediarios y llena páginas con imágenes de pantanos exangües, grifos cerrados, terrenos resecos y cuarteados, animales sedientos y cultivos marchitos bajo un cielo sin nubes en el que se reflejan los campos agrietados como si aquello fuera el estado de Texas. Esqueletos calcinados de reses aún no hemos visto, pero todo se andará. La sequía llena la actualidad, perjudica mucho la convivencia en Catalunya, les urge más el agua que la amnistía, pero ni por esas parecen darse por enterados sus dirigentes. Lo cual no nos extraña lo más mínimo. El famoso escritor británico J. G. Ballard, nacido en Shanghái y de profesión sus distopías, ya escribió en 1965, hace más de medio siglo, una novela titulada La sequía, en la que al estar el mar cubierto por una capa de basura, polímeros y desechos industriales, no evapora, no hay nubes y no llueve. ¡En 1965! Un par de años antes, cuando yo tenía doce, ya había publicado su primera novela de ciencia ficción, El mundo sumergido, en la que el calentamiento global y la fusión de los casquetes polares anegaban el mundo. Eso es profetizar. La sequía extrema era su consecuencia lógica, así que fíjense el tiempo que hace que estamos avisados. Ballard fue un escritor de éxito, sus libros dieron lugar a varias películas más o menos catastróficas, pero salvo en los entretenimientos y el espectáculo, nadie le hizo caso. Yo mismo leí La sequía de jovencito, un tema clásico de la ficción científica, quizá el fin del mundo más obvio (véase Marte), pero nunca me figuré que llegaría a verla en los noticiarios. Lo que demuestra que, ocupados en otros asuntos, la amenaza de la sequía siempre la hemos oído como quien oye llover. Y ahora ya la tenemos aquí, llenando portadas. ¿Se la tomarán en serio nuestros dirigentes catalanes, españoles y europeos? No mucho, la verdad, no es algo que de votos. Y en el caso catalán, ni siquiera es algo de lo que se pueda acusar al Estado español. Eso sí, no me digan que no se veía venir de lejos. ¡Desde hace 60 años!