No hay médico que califique de sana una dieta si no incluye frutas y verduras. Si a ello añadimos que sin comer no podemos vivir, llego a la conclusión de que la agricultura debería ser el oficio más apreciado del planeta. Sin embargo, hemos infravalorado perversa y torpemente a los que sostienen nuestra buena alimentación, con un menosprecio tan indecente como kamikaze.
El consumidor es idiota y seguirá pagando lo que sea por comida basura, más feliz cuanto más packaging aunque sea más timo. Y así ingerirá productos industriales, procesados y letales a precio incomprensible mientras considera caro el producto natural que nos regala la tierra pero que el agricultor debe cultivar con esfuerzo e inversión. Ayer oí en la radio un anuncio para alquilar parcelas para huerto en Mallorca. A ver quién se anima y entiende el sacrificio.
Porque sí, supongo que por tontos que seamos acabaremos dándonos cuenta de las bondades de un sector primario que agoniza y resulta insostenible. Acabaremos entendiendo que el precio de un tomate está muy por debajo de su valor real. Cuando la sequía nos ahogue, también comprenderemos el sentido de la frase de los campesinos que estos días se han manifestado en varios países europeos y en Bruselas para pedir un futuro para el campo: «Nuestra muerte será vuestra hambre». No es una amenaza; es un aviso que muestra la desgarradora impotencia de los que nos dan el mejor de los sustentos.
Cada vez son menos los que resisten en la estoica labor del campo. Según el INE, 700.000 personas trabajan en el epígrafe de ‘agricultura, ganadería, caza y servicios relacionados con las mismas'. Un 3,7 %. En Baleares, 4.000. Recemos para que no lo dejen. Roguémosles que sigan sin días libres, madrugando, aguantando frío y calor, suplicando al cielo que llueva o que no descargue granizo, luchando contra la dura burocracia y sufriendo laxitud para importaciones que crean una competencia desleal con la connivencia de la política europea, los mismos dirigentes que negocian con Mercosur desamparando a los nuestros, que aceptan precios que apenas cubren costes pero enriquecen a los intermediarios de la cadena de venta.
El campo no se muere. Lo hemos matado. En Baleares el tamaño de las explotaciones se ha reducido cerca de un 2 % en los últimos 10 años, supongo que en beneficio de la construcción. Es una de las cinco autonomías en las que se pierde territorio cultivado. No sale rentable. Los agricultores piden un reparto más equitativo de ayudas, que apoye a las explotaciones pequeñas y medianas, las que precisamente practican una agricultura más sostenible, como nuestros payeses. Porque el 20 % de los agricultores más grandes de Europa reciben el 80 % de las ayudas públicas. Se han convertido en empresarios, dando respuesta al estúpido consumidor que quería un tomate transgénico rojo y redondo aunque no tuviera olor ni sabor.
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