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Las elecciones en Galicia pueden servir para constatar dos hechos: la renuncia definitiva del sanchismo a conformar una alternativa socialdemócrata propia acorde con su anterior identidad PSOE y, al otro lado del espectro, el cómo se le atragantan al PP los últimos días de campaña electoral.
Del primer aserto hay constancia reiterada en Balears. El planteamiento intelectual de la estrategia de pactos del PSOE a fin de alcanzar el poder, con quién y cómo fuera, fue de su secretario de organización en los años ochenta, Joan March. Su primer epígono, Francesc Antich, esbozó un diseño inaugural mediante sus acuerdos con la UM de María Antonia Munar para ser presidente de la comunidad. Luego, Francina Armengol alcanzó la cima con dos legislaturas de subordinación a la extrema izquierda y al soberanismo insular. En Galicia, las expectativas de Pedro Sánchez – su candidato Gómez Besteiro es un mero figurante – pasan por el Bloque Nacionalista Gallego, el BNG que lidera Ana Pontón, a la espera de unos resultados que le permitieran decir, de nuevo, somos más.

El sanchismo (antes PSOE) ya no pretende ser cabeza de ratón, sino ni siquiera la cola del roedor. Con el inestimable apoyo de Vox, convertido en implacable oponente de Feijóo. Aun a sabiendas que los votos que pueda conseguir en Galicia quedarán en la papelera, Abascal no va a dejar pasar la oportunidad de perjudicar al PP.

La ultraderecha hace pinza con el poderío mediático y propagandístico de Sánchez para implicar a Núñez Feijóo en la ley de amnistía para Puigdemont y los suyos a partir de un off the record durante el que el líder popular desgranó unas supuestas condiciones para un posible indulto del prófugo. El uso torticero de esas palabras por parte de la izquierda ha obligado a Feijóo a reiterar con contundencia el rechazo a cualquier amnistía o indulto. Pero el incidente ha dado aire a Pedro Sánchez en un momento que pintaban bastos: Europa ha expresado su preocupación por el estado de derecho en España; la Comisión de Venecia analiza el proceso de la amnistía; y las relaciones de Puigdemont con Putin pueden convertir al presidente en cómplice del huido de la justicia. ¿Qué necesidad tenía Feijóo de meterse en ese charco? Es incomprensible. Y la polémica generada, absolutamente innecesaria. Tertulianos medios y periodistas, sin llegar al extremo de la locutora de TVE – «eres un icono, presi, te queremos» – se han lanzado a destripar las encuestas con el fin de llegar a una conclusión: la mayoría absoluta del PP está en riesgo y Feijóo se juega su liderazgo nacional. Es chocante que un futuro incierto según sea el resultado de hoy en las urnas solo concierna al presidente popular. Ni Yolanda Díaz, ni Abascal, ni Pedro Sánchez. Por muy desastrosos que puedan ser sus números electorales pretenderán no darse por aludidos.

(Apostilla: Para escarnio de quienes conservan una cierta fe en la dignidad del Parlament, los diputados de Vox que han puesto en almoneda la cámara legislativa continúan en sus escaños y afirman haber recompuesto el grupo, sin duda momentáneamente, lo cual tranquiliza a la presidenta del Govern. Mayte Alcaraz ha escrito: hasta para dimitir hay que tener algo de vergüenza. La periodista se refería al ministro Marlaska, pero vale para el caso).