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Puesto que del tiempo ya hablan por los codos los telediarios, y además hablar del tiempo siempre se consideró sinónimo de cháchara inútil y trivial, propia de gentes que coinciden medio minuto en un ascensor y no tienen nada que decirse, pero les abruma el silencio en grupo, hoy hablaremos del tiempo. Pero no del climatológico, sino del tiempo en sí, ese invento del diablo. Porque el séptimo día Dios descansó, no dijo «Hágase el tiempo», y este error imperdonable lo aprovechó Satanás para colarlo en el universo. Con los resultados desastrosos para nuestra salud mental que a la vista están. Hay cinco modalidades de tiempo, según el concepto cultural del mismo que se prefiera. El tiempo muerto, naturalmente, que aunque sólo funciona en el baloncesto, lo cierto es que la vida transcurre en una sucesión de tiempos muertos. Y no hace falta matar el tiempo; se muere solo mientras nos afanamos en nuestras ocupaciones. El tiempo lineal, la fantasía favorita de la cultura occidental, que transcurre desde el remoto pasado (el Big Bang) hacia el futuro soñado, y que a su simpleza añade la idea de progreso. Si el tiempo es lineal, no tenemos más remedio que avanzar. Crecer, progresar. El lema eterno de políticos, economistas y moralistas chiflados. A ese tiempo de banqueros lineales, se opone el tiempo cíclico de los filósofos orientales y poetas, en el cual el fin es el principio, avanzar es retornar, todo lo que fue será. Etcétera. Este tiempo es más literario, pero tiene menos partidarios porque no devenga intereses, niega el futuro y se carga el progreso. Entre ambos está el tiempo de los físicos y matemáticos, naturalmente relativo y ligado al espacio (el espaciotiempo), sin el cual no existe. Requiere gran erudición dimensional para entenderlo, y más todavía para no confundirlo con un convencionalismo lingüístico o un signo matemático. El quinto me lo acabo de inventar, y reúne lo lineal, lo cíclico y lo relativo con modelos de geometría no euclidiana en los que las líneas paralelas divergen. Es un tiempo sinuoso, hiperbólico y grumoso como la piel de un sapo. Bastante feo. Y por cierto, estamos en el año judío 5784, equivalente al chino 4722, año del Dragón.