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En nada se cumplirán cuatro años ya de aquel estado de alarma que trajo la pandemia, dejó el tiempo suspendido y nos llevó a pensar que de ésta, sin saber exactamente lo que era, saldríamos mejores. Casi todo el mundo que está en condiciones de recordar puede recordar qué estaba haciendo el sábado aquel en que se declaró el estado de alarma. Se han escrito libros, algunos nacieron durante el confinamiento y luego fueron novelas, ensayos filosóficos y hasta poemarios; el mundo se ha llenado de preguntas sin respuestas y han nacido y desaparecido maneras nuevas de interpretar el mundo, de pensar y ordenar los horarios laborales. Quienes eran ya proclives a las teorías conspiracionistas, han alcanzado ya los cargos más altos en el conspiracionismo. En estos cuatro años, las redes sociales y lo que se mueve por ellas se han convertido también en pandemia -los virus informáticos han mutado y ya son parte de las redes- y, más allá de todo eso, podría parecer que comprobamos el acierto de la frase que, con todas sus interpretaciones, presta Lampedusa al príncipe Fabrizio en El Gatopardo: que hace falta que algo cambie para que todo siga igual. O -según la interpretación pesimista-, para que todo haya ido a peor. Tuvimos una oportunidad, la pausa, el téntol mallorquín; quizá dejamos que escapara. . Se seguirá hablando de la pandemia: el ‘caso' de estos días, que se traga políticos y extiende la pandemia de la bronca constante, viene de aquella época. El 14 de marzo de 2020, el de la declaración del primer estado de alarma (el del confinamiento) es una de esas fechas que se recordarán de manera recurrente año tras año, lustro a lustro, década a década, siglo a siglo, quién sabe. La pandemia de entonces se fue pero mutó en otras pandemias que no son sólo sanitarias. Y quizá ya es demasiado tarde para buscar una vacuna. O no.