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Todos los seres humanos somos personas, pero a veces da la impresión de que hay personas que no son muy humanas. La humanidad es una característica que nos distingue de los otros seres vivos, aunque en el ser humano esté llena de excepciones. El otro día, en la plaza de España, de Palma, mientras esperaba la llegada del autobús, en una de las paradas coronadas por las obras valladas para la eternidad, unos jóvenes comentaban la poca humanidad que había tenido uno de sus profesores de Bachiller que había suspendido al ochenta por cien de matriculados en la asignatura a evaluar. La deshumanización del docente tenía su razón de ser en el hecho de que la mayoría de los matriculados no habían aprobado su asignatura. Inhumano fue el adjetivo más suave utilizado por aquellos bachilleres en ciernes para definir a su profesor. Aquel anónimo docente, sin capacidad de defensa, estaba siendo acusado por quienes de manera inconsciente no distinguían entre suspender o ser suspendidos. Quienes sostenían que habían sido suspendidos sin pensar siquiera, que lo más probable era que fueran ellos mismos los que se habían quedado suspensos.

Qué gran capacidad tenemos los humanos para justificar nuestras derrotas y responsabilizar a los demás de nuestros fracasos. Maquiavelo lo definía como el arte del desconcierto. Un hecho que se constata en la educación reglada cuando es la misma pedagogía la que señala con el pulgar a aquellos docentes con mayor índice de fracaso en sus asignaturas. Mientras viajaba en el autobús hacia mi casa recordé que la humanidad es una característica exclusiva de los seres humanos y que el resto de los seres vivos serán otras muchas cosas, pero no son humanos. Entonces pensé en la posibilidad de que la humanidad también pudiera llegar a ser una característica del resto de los seres vivos.