TW
4

Entre los Jerónimos y lo que fue uno de los mejores museos del mundo, el Museo del Ejército, que pasará a ser dentro de un par de años anexo del Prado, se encuentra la Real Academia Española (RAE) cuya finalidad (debería ser, desgraciadamente no lo es) es dar esplendor a la lengua de Cervantes y de Hispanoamérica. En su archivo se encuentra la correspondencia entre Dámaso Alonso y nuestro gran poeta, y alumno suyo, Rosselló-Pòrcel, que en una epístola al miembro de la Generación del 27 le cuenta la visita surrealista que el mallorquín hizo en Madrid al siempre sorprendente Juan Ramón Jiménez que tenía su casa forrada de corcho para no oír ningún ruido, salvo el suyo interior poético.

La Real Academia Española -es lo mínimo que se le podría pedir- tiene una biblioteca con manuscritos (de Lope de Vega o de Quevedo) más ejemplares raros y vetustos, algunos de ellos se acaban de digitalizar (www.rae.es/biblioteca-digital) gracias al mecenazgo de la Fundación Cristina Masaveu, entre ellos el manuscrito del ‘Tenorio’, y una docena de libros que tienen que ver con Mallorca. Por ejemplo, el catálogo de la biblioteca del tercer marqués de la Romana, impreso en 1865, en el que se da cuenta de los tesoros bibliográficos que, desgraciadamente fueron trasladados de Palma a Madrid, al Ministerio de Fomento y luego a la Biblioteca Nacional, algunos ejemplares de esta biblioteca, compuesta por 30.000 volúmenes, desaparecieron o fueron mangados. También se ha escaneado la Fe triunfante del padre Garau (imp. 1755); las Poesías de Juan Alcover (1892, este ejemplar se vendió en la librería de la Viuda de Rico, calle Arenal, Madrid); el Diccionario manual mallorquín-castellano, con su ortografía (1859). Igualmente se ha digitalizado el diccionario mallorquín-latín-castellano compilado por Juan José Amengual (1858); y los Poetas líricos italianos (1891), obra coordinada por el entonces colaborador de La Última Hora, Juan Luis Estelrich (1856-1923).

‘El parnasillo’ era, a finales del siglo XIX, el nombre familiar con que un grupo de literatos y periodistas mallorquines denominaban sus propias reuniones. Básicamente éstas consistían en tertulias culturales y en recibir con disciplina de grupo a aquellos que, considerados culturalmente fuera de la Isla, llegaban a Mallorca (Santiago Rusiñol, Rubén Darío, etc.). Se trataba de un ramillete de intelectuales interesados en consolidar el ambiente literario isleño y en cultivar las buenas relaciones con la Península. Ese ‘parnasillo’ afectó a J. L. Estelrich y de hecho en sus largas estancias -como profesor de Instituto, en varias capitales peninsulares- Juan Alcover le informaba de cuanto acontecía en Mallorca. En sus ausencias, Estelrich hizo de relaciones públicas de nuestro grupo de escritores conectándolos con plumíferos consagrados como Menéndez Pelayo, Campoamor o Valera. La obra clave de ese círculo fue, sin duda, la Antología de poetas líricos italianos en cuyas traducciones participaron medievalistas (Rubió, Llabrés, Quadrado...), filólogos (Milà, Rosselló) y prácticamente toda la ‘inteligencia’ mallorquina habida y por haber.