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Era tan pequeño como robusto y de pelaje blanco. El perro ‘Willie’ era la mascota de un capitán de aviación de la RAF inglesa, que volaba con su amo durante la Segunda Guerra Mundial. El bull terrier tenía un olfato antológico y en la última misión de su amo no se subió al avión. Quizás por eso el piloto fue abatido cuando bombardeaba Alemania. Con Europa en llamas, el general estadounidense George Patton buscaba una mascota y el leal ‘Willie’ se convirtió en su amigo inseparable. Y eso que Patton, con el genio que gastaba, lo que se dice amigos los tenía justitos. Iban juntos sobre un tanque Sherman, en el jeep del general y comían en la misma mesa. Compartían la tienda de campaña y los subordinados del general sabían cuando él llegaba porque le precedía unos metros ‘Willie’. Muy serio, como si pasara revista a las tropas. Patton sufría arrebatos de cólera frecuentes y marchaba al frente de batalla, para comprobar por sí mismo qué estaba ocurriendo. Y en su regazo viajaba el can, atento por si surgía algún pérfido nazi por el camino. Pero ‘Willie’ tenía más vidas que un gato y el 9 de diciembre de 1945, cuando la guerra en Europa ya había acabado, se libró del sospechoso accidente de tráfico que sufrió Patton, y que lo mató días después. El militar proclamaba que los enemigos, ahora, eran los rusos y se cuenta que lo quitaron de en medio. Putin, esta vez, no pudo ser porque aún no había nacido. O tal vez sí. Sea como fuere, a ‘Willie’ lo enviaron de regreso a EEUU, con la viuda del general y sus hijas. Y todavía vivió diez años más. A cuerpo de rey. Vamos, que la suya no fue una vida de perros.