Un señor llamado Billy Webster, que ejerció de jefe de gabinete de Clinton y a quien posteriormente le fue muy bien en los negocios –con el riñón bien forrado, vaya–, explicaba el otro día en un periódico catalán de ámbito nacional que la posible victoria de Trump llegaría –de llegar– de la mano de «esa clase media blanca venida a menos que tiene miedo a todo». Para la tal lumbrera –y no lo digo en plan irónico– la clave está, pues, en el miedo. O sea, que en los Estados Unidos de América, con pleno empleo en la era Biden, existe también un amplio segmento de la población que votará al impulso del temor que les provoca un mundo que no entienden. Como dicen que hago a menudo –incluso cuando no debiera, según me repetía Jaume Santandreu–, me apliqué el cuento y me miré en el espejo de la pared de mi estudio: blanco, lo que se dice blanco no lo soy del todo: en mi familia materna –los Aguiló Bonnín– siempre hemos sido de tez más bien morena. Por lo demás, dejando de lado mi provecta edad –«escandalosa», que diría Josep Pla– sí que se me puede considerar un ciudadano venido a menos. Y, por supuesto, temo al futuro; no al mío, que me quedan dos telediarios, sino al de mis nietos mallorquines, mi pueblo, mi tierra, mi lengua, eso. Con todo, debo confesar que mi incierto paralelismo personal y de clase con el votante republicano USA me causó un cierto desasosiego.
Webster mira con desprecio a los ciudadanos que votan a candidatos ultra porque se sienten maltratados y desplazados. Pues mire: acaba de ocurrir en Portugal y ocurrirá seguramente en las elecciones europeas. Occidente en general, y no solo Norteamérica, vive un más que incierto bandazo hacia la extrema derecha. Un amigo que tengo en Catalunya –ahora también en periodo preelectoral– asegura que «al final, lo que da opciones a los ultras es el fracaso de las políticas de quienes no lo son». «A esos les dimos –añade– décadas de oportunidad de gobierno y nos lo han dejado todo hecho un desastre. Si, finalmente, lo único que puede decir la izquierda es aquello de ‘que viene el coco', ese es, sin duda, el síntoma más claro de su absoluta insolvencia».
Lo tengo escrito e incluso algunos me dan la razón: la palabra que lo explica todo es «hartazgo»; en España, en Portugal y en las Indias Occidentales.
Las alternativas son, claro, la moderación y el buen sentido. Algunos/as los tienen.
«Clase media, blanca, venida a menos»
Palma17/03/24 0:30
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6 comentarios
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JuanBona pregunta! Ell opina que Israel té dret a defensar-se sense límits, i que sa culpa des conflicte la tenen es palestins per no haver acceptat s'imposició de s'Estat d'Israel damunt es seu territori.
Riñón bien forrado, igual a los qué te arrimas, qué opinas de las niñas/os Masacrados.
Gran article, gràcies. La política de la por funciona, no és d'ara. Els més fanàtics s'alimenten de la por i de la incultura. L'esquerra s'equivoca tractant el tema de la immigració com un tabú i això li passarà factura perquè la dreta (extrema que tenim aquí) aprofitarà el discurs de la por. La por és més impactant que l'esperança
Gran artículo... Gracias.
Más claro que el agua. Un saludo a todos.
Buenos días. En 1918 terminó una guerra, la más destructiva del mundo hasta ese momento, se estaba produciendo una epidemia de un virus respiratorio a nivel mundial (pandemia). Casi al mismo se estaba creando el primer estado comunista en el mundo. Las diferentes clases sociales de aquel entonces se encontraron ante un panorama nuevo, dificultades económicas en muchos países de Europa como consecuencia directa de la guerra (en ésta no hubo plan Marshall); aún así se produjo el fenómeno de los locos años 20, creo que como respuesta al sentimiento de que la vida es breve. Ante el temor de unos a la "new wave" del comunismo y el empobrecimiento gradual de la incipiente clase media, a pesar de que gastaba como si no hubiera un mañana, fueron apareciendo diversos movimientos inspirados en parecidos valores y casi el mismo envoltorio populista, en Italia, España, Alemania, Noruega, incluso en el Reino Unido. Los hubo casi en toda Europa. Como, según parece, no se sostenía el ritmo económico y financiero se formó una burbuja financiera que acabó en el crack de 1929. Eso fue como un acelerante para la llama de los fascismos. Hoy, no puedo dejar de ver ciertos paralelismos; y no me parecen casuales. Causas muy parecidas que desembocan en un entorno similar. Es razonable pensar que se den consecuencias sociales consecuentemente iguales; dado que las personas tendemos a simplificar los patrones de nuestras respuestas. Me temo que los movimientos de derecha extrema tenderán a más. Estoy convencido de que la única forma de evitarlo sería revisando la historia socioeconómica de la primera mitad del siglo XX, y ser sensatos. En mi opinión, la comunión de un pueblo con cualquier extremismo es la respuesta del primero, al fracaso continuado de aquellos que son responsables de administrar su destino. Es lo que tiene a la larga, anteponer de forma sistémica intereses que poco o nada tienen que ver con la masa popular. Hay que ocuparse de la economía, de la sociedad, y de las personas. Mal se empieza cuando se trata como "gente" a las personas. Gradualmente esa parte central de la sociedad va teniendo menos; y por tanto menos que perder; se termina valorando la esperanza, aunque no sea real; y los riesgos se valoran de forma distinta. Al final esas personas acaban reaccionando como gente. ¡ Qué viene la derecha! Manida expresión que deja de constituir miedo para devenirse esperanza cuando las circunstancias son propicias. Totalmente de acuerdo con su opinión, sr, segura. Un saludo. P.D.: También estoy preocupado por mis descendientes, más que por mí.