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Nunca hubiera imaginado y menos aún deseado escribir este artículo. Amo Catalunya. Le estoy agradecido por haberme permitido realizar mis estudios de Medicina en el hospital Sant Pau, el más bello del mundo. Adoraba Barcelona. En los años setenta era la cuna de la vanguardia española. En Europa, era equiparable a Berlín a nivel de universalismo libertario. Vi su transformación gracias a los Juegos Olímpicos del 92. Era una ciudad amable, limpia y con una oferta cultural envidiable. Hace poco la visité y sentí una tristeza casi vital. Se había convertida en insegura, sucia, provinciana y más calificativos que no proceden. Ahora además está gobernada por ERC con Junts y Comuns, que la han precedido en el poder. Los últimos acontecimientos me dejan perplejo por las declaraciones de Junts y ERC y su formulismo político. Entiendo su deseo lícito, de pedir la independencia. Reivindicar un referéndum. Siempre es sano escuchar la ciudadanía. Pero su metodología como reclamo para las próximas elecciones roza el nazismo. Aparte de su obsesión por la pureza de sus ocho apellidos catalanes, emanan un discurso con tintes de dictadura hitleriana, con mensajes como «Un andaluz en Catalunya es como un boliviano en España», Aragonés dixit. Exigimos unilateralidad para negociaciones de financiación. Su chantaje permanente, poco democrático. No queremos compartir sesiones con las otras comunidades y un largo etcétera de comentarios de desprecio y presunción de raza superior. Estos cretinos han olvidado o confundido sus aspiraciones con derechos. Esta megalomanía dictatorial y de desprecio no es propia de la elegancia catalana. He apostillado el titulo con un ‘sin ilustrar'. El despotismo ilustrado tuvo efectos positivos. En la segunda mitad del siglo XVIII, coincidiendo con la Ilustración, algunas monarquías pusieron los gobiernos en manos de ilustrados. En Catalunya ahora no hay ilustración, solo provincianos retrógrados, algunos rozando la indigencia intelectual. Sus exigencias denotan falta del diálogo que les caracterizaba en épocas pretéritas. Su elegancia se ha convertido en un insulto al buen gusto. Su absolutismo les hace olvidar que en Catalunya hay la mitad o incluso más que no está de acuerdo con su proceder y fines. Apelan de forma grosera a eslóganes que han abdicado de la generosidad, incluso de la solidaridad. Lamentable. Entiendo sus deseos de independencia, empatizo con el desacuerdo con el centralismo jacobino de los gobiernos anteriores. Soy proactivo para que tengamos más competencias y podamos gestionar con más autonomía, pero abomino la satrapía, el chantaje y menos aún el tono mesiánico. Somos iguales, con mismos derechos y obligaciones. Regresen al seny catalán que les hacía adorables y abandonen la injusticia y los privilegios divinos.