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Los que hemos nacido en islas tenemos el estigma de un temor antiguo: ser conquistados. La fragilidad de nacer en un territorio ensimismado se traduce en un miedo ancestral: ser barridos por una ola. La claustrofobia forma parte de nuestra identidad genética por ser isleños por eso durante años nos dividimos entre los que salían a aventurarse y los que se quedaban. Con el tiempo, nos colonizaron porque nos dejamos. Nos convertimos en paraísos de sol y playa. Hoy vuelven a escucharse los tristes cantos de serena. En menos de una media vida, Balears va a ser engullido por el mar. El poeta Derek Walcott atinó cuando dijo «el mar es la historia».

El Pacífico ha perdido algunas de las Islas Salomón y nos acaban de enseñar mapas en los que se ve a una Eivissa mermada de su preciado tesoro, las playas. Mallorca y Menorca no están a salvo. Qué aventurar con la plana Formentera. El calentamiento del clima, en gran medida propiciado por esos gases emitidos por los aviones que llegan cada verano con las panzas llenas de millones de turistas, el deshielo de glaciares provocando la expansión térmica es más terrorífico que aquella pesadilla que los niños isleños hemos tenido, al menos, una vez en la vida. Nos reíamos porque en nuestra imaginación de críos la ola que nos iba a tragar la convertíamos en un tobogán o en la mejor atracción de feria. Los niños de hoy van a vivir en primera fila cómo el mar cabalga su isla. Ni de lejos una atracción de feria podrá igualarse.

No quisiera amargar este domingo de Pascua, ya hemos tenido suficientes cruces en unos días, pero no puedo callar ni quiero, como en la saeta de Machado, que la isleña que soy está aturdida porque no entiende que los políticos, de hoy y de antes, sigan igual que hace años: apostando por un modelo económico que nos ahoga. Y no hay que esperar ochenta años. Esta semana entre el informe de la Nasa de cómo el mar se va a tragar las Balears, que ya le escuché antes a personas sensatas como Joan Buades, y las imágenes de las colas en el aeropuerto de Son Sant Joan en el inicio de las vacaciones de Pascua, nos avisan. Menuda Pasión nos espera.

Homero no se dejó seducir por los cantos de sirena, aunque sucumbió a otras tentaciones mientras hacía la guerra y Penélope, su mujer, le esperaba hilando. De nuevo Walcott: «Los clásicos consuelan. Pero no lo suficiente». Verso final del poema Las uvas del mar, de Islas, un bello libro del Nobel antillano. Tengamos un hermoso Domingo de Pascua. Me voy a la playa, ahora que aún hay, a pedir un deseo. No nos dejemos conquistar más. Os dejo con Derek Walcott:

El cielo se dobló a nuestras espaldas

como se dobla la historia bajo una caña de pescar

y la espuma nos dejó

con las manos vacías,

y sin embargo este palo

con el que trazar nuestros nombres en la arena,

los nombres que el mar volvió a borrar, ante nuestra indiferencia.