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Coincido en un almuerzo con el periodista Joan Martorell y me comenta que PP y Vox conseguirán a este paso convertirnos en el primer territorio donde no será posible comunicarse en lengua propia con la administración. Y no es sólo eso, le respondo, es que existe una tendencia por destrozar los topónimos ancestrales. He ahí esos ‘Santa María del Camino’ o ‘La Puebla’ de Wikipedia y Google Maps que fan mal en els ulls. Esta deriva no ha llegado a la Colònia de Sant Jordi, que aún no es de ‘San Jorge’, pero sí al Ajuntament de Calvià. El equipo de gobierno ha rebautizado el municipio como Calviá, con acento agudo, si el que escribe lo hace en castellano. Parece mentira que consellers de Vox como David Gil o Toni Gili, que son de terra endins, o nuestro general de cuatro estrellas Fulgencio Coll, que habla un mallorquín exquisito, no perciban cómo cosas así atentan contra el sentido común. Y ya veremos qué saldrá de los experimentos de Antoni Vera para segregar alumnos según la lengua, porque de Marga Prohens sólo esperamos buenas palabras. Y es que, en el fondo, el asunto se nos escapa. Cuando hablas con amigos, conocidos o políticos de todo signo, percibes que lo que de verdad preocupa es la inmigración y sus efectos sobre la identidad social de la Isla. Claro que faltan viviendas, y a millares. Y las que faltarán. Y claro que sube el precio de los pisos, y no a causa de las golden visa; vaya patrañas que nos quiere colar Pedro Sánchez. Sin embargo, debatir en público sobre inmigración es peligroso, y resulta más sencillo situar a nuestra propia lengua como el gran problema de fondo.