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No voy a hablar del catorce de abril republicano usado como cohesionador político o de los penaltis de un Mallorca capaz de generar un admirable sentimiento de unidad que, por desgracia, surge raramente. En otra ocasión sí hablaré de la novela que escribió el gran Leonard Cohen en los años 60 en aquella Hydra que ya no existe y que puede ser un paraíso perdido como la Mallorca actual que vibramos y también sufrimos. Este pensamiento fundamenta las reflexiones que quiero transmitirles y que hablan de decepción, desilusión y derrota. Todas ellas llevadas, demasiado a menudo, al máximo extremo. Como el diligente y simpático repartidor de una conflictiva empresa de paquetería a la que él transformaba en máxima excelencia. Momentos de desesperación y problemas familiares, según cuentan, que le llevaron a emplear su furgoneta para el peor de los trayectos. Un tipo servicial, atento y amable nos deja como también lo hace la alumna excesivamente responsable o aquel que no encaja un revés económico o de salud y que hacen que los puentes de la autovía cumplan una misión indeseada, triste y dolorosa. Ellos son los bellos perdedores a los que debimos comprender, ayudar y sostener porque la vida es un bien preciado. Mientras prestábamos atención a otras cuestiones se hundían cerca de nosotros sin que tal vez no lo percibiéramos. Hay mucha gente que necesita lo que no cura el maldito dinero que para las administraciones aparece como la única solución. Un dinero que el sector público tampoco tiene y unas limitaciones que deberían asumirse para no engañar con promesas incumplibles. Tendemos a la derrota y a la dependencia por lo que el espíritu de superación y lucha se ven noqueados desde el primer revés. Ello no siempre fue así, lo compruebo en Inca donde un octogenario me relata orgulloso que vino a Mallorca sin nada y que tras toda una vida de intenso trabajo con una destacada familia de zapateros ha podido crear un patrimonio y una familia donde ahora hay empresarios y nietos licenciados. Lo escucho con alegría y por ser -aunque preferí no contárselo- un inquero en el exilio. O también un mallorquín sin rumbo porque esta Mallorca que nos acoge nos aleja de la felicidad que nos envuelve. Me preocupa porque también nosotros nos escoramos hacia la derrota presionados por las necesidades actuales, tan difíciles de colmar. Antes las cosas no eran fáciles, hubo menos medios, pero mucha más ilusión y esperanza. Todo ello ha cambiado y no quiero pensar que seamos una sociedad de perdedores. No lo seremos si no los arrinconamos y les damos herramientas y motivos para superarse. Las becas y la atención siempre han sido para los mejores pero las notas no son lo más relevante si no hay detrás un aprendizaje. En lo doloroso y duro eternamente habrá mucho que aprender, todo puede ser positivo si sabemos entender su porqué y su esencia. Sigamos creyendo que hay más belleza que perdedores.