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En 1983, el ministro socialista Javier Moscoso se sacó de la manga un privilegio que, desde entonces, beneficia a ciertos colectivos de funcionarios, en contraste con el resto de trabajadores españoles. Se trataba de los llamados días de ‘asuntos propios', es decir, de una serie de jornadas laborables al año de las que estos empleados públicos pueden hacer uso para sus cosillas, sin necesidad de dar explicación a nadie de su finalidad. Naturalmente, a falta de un sustantivo específico, pronto comenzaron a ser conocidos como ‘moscosos'.

El miércoles de la semana pasada Pedro Sánchez anunció a la ciudadanía que se tomaba los primeros moscosos de los que disfruta un presidente del Gobierno desde la Transición. Alegando razones personales, el madrileño se desconectó de la gobernanza de España durante cinco días, sumiendo a sus más próximos colaboradores en un mar de dudas acerca de cómo iba a terminar todo aquello, aunque casi nadie creía que fuera a dimitir, especialmente entre sus adversarios.

En su comparecencia del lunes a las 11, con el rostro desencajado, Sánchez nos comunicó que continuaba en el puesto, para alborozo de los cargos públicos que dependían de este solo hecho y confirmando que todo este bochornoso espectáculo no era nada más que el penúltimo brote histriónico del presidente, necesitado de llamar la atención y desviarla de otros asuntos.

Naturalmente, como lo inexplicable no tiene explicación, había que justificar su ‘espantá' -al más puro estilo de Curro Romero- con alguna paparrucha digerible al menos para sus incondicionales, a quienes había dejado al borde de un ataque de nervios. Y, ahondando en su enorme chistera, se sacó eso de la regeneración, mezclando una serie de conceptos heterogéneos e ideas deslavazadas, y acusando a jueces y periodistas de poner en peligro el sistema democrático, cuando probablemente sean dos de los elementos que sustentan la supervivencia de éste.

Cuando un aspirante a autócrata habla de regeneración comienzan a temblarme las piernas. No hay un solo dictador en el globo que no se arrogue la esencia democrática más genuina, de Maduro a Kim Jong-un. Quizás sea preciso recordar que alguno de estos regímenes totalitarios, que tenían envasados a sus ciudadanos en un frasco cerrado con alambradas para que no huyeran, como la extinta Alemania comunista, se intitulaba como República Democrática, nada menos. Hasta la tiranía castrista de Cuba y sus voceros presumen de democracia ‘popular', mientras masacran a la disidencia y sumen en la miseria y la hambruna a su pueblo.

Sánchez no podrá lograr sus objetivos de acallar la crítica a sus desmanes porque este gran país, al que él pone por detrás de sus intereses personalísimos, quedó bien vacunado contra las dictaduras tras haber sufrido una de casi cuarenta años y haber vivido, con todos sus defectos, en una de las más avanzadas democracias del planeta durante otras cuatro décadas.

Es una obviedad que resulta necesario rebajar la tensión en la vida política española, pero lo normal cuando se padece una patología es aplicar remedios y terapias, no confiar que los transmisores del patógeno sean los responsables de la sanación.

Quizás Sánchez debería reflexionar sobre ello durante el moscoso que le queda por disfrutar.