Destruida la familia tradicional, agonizantes los dioses, forzados a la formación constante y cambiante ante la precariedad laboral, diluidas las utopías, acomodada ya la impotencia en nuestro vivir, es natural que cada uno busque el madero más cercano al que asirse para mantener la poca identidad que nos dejan, ya sea la lengua, la nación, la literatura, el sexo o una fe inquebrantable en lo que sea.
Ya se dijo mucho durante el ‘procés': el nacionalismo es una emoción. No digo yo que no sea legítimo, humano, e incluso necesario, agarrarse a lo que nos dé sentido, pero hagámoslo con un cierto seny, con un buen tarannà, como decimos por aquí.
No creo que sea el caso del bloque independentista catalán, donde bajo la suprema idea de la independencia se sientan a la mesa la abuelita, Caperucita, el leñador y el lobo, es decir, donde la izquierda, incluso la autodenominada radical, no ha mostrado reparos en compartir mantel con la burguesía más reaccionaria del Estado. ¿En qué República estarían pensando? Veremos en qué quedan las elecciones.
1 comentario
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Un immigrant andalús que no tolera la cultura de la terra que l'ha acollit.. la seva cultura deu ser "superior". I després som noltros els nacionalistes, clar clar