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El metomentodo suele ser un tipo muy seguro de sí mismo y convencido de ser muy necesario para arreglar cualquier estropicio que le es ajeno. El metomentodo -también denominado entrometido, fisgón, cotilla, metiche, meterete, refitolero o salsero- es aquel a quien nadie ha dado vela en el entierro, pero que siente en su fuero interno que su presencia es del todo imprescindible para apaciguar los ánimos cuando se presenta algún conflicto. Da igual si ese conflicto mencionado se va alargando a través de siglos o incluso es dado por perdido. Hay cosas que no pueden ser. Sin embargo, el metomentodo se cree que si él tomara cartas en el asunto, otro gallo les cantaría a los enfrentados, aunque se odien a muerte y ya apenas sean capaces de recordar cómo todo empezó a ir mal. A veces, ni siquiera los bandos enfrentados tienen ganas de que los problemas acaben y deje de eternizarse esa aversión que se lleva por delante cualquier asomo de paz. Porque la cuestión ya se ha convertido en algo sobre lo que es inútil intentar razonar. Puede que el problema inicial fuera un asunto de territorios -algo que se repite mucho en la historia- y que a los que lo ven desde fuera, objetivamente, no les parezca para tanto (para tanto dolor y sufrimiento). Pero es que verlo desde fuera no es lo mismo, y por eso el metomentodo es capaz de insistir y seguir insistiendo (no diremos que, en el fondo, no lo haga de buena fe). Sí, el metomentodo es capaz de abanderar causas que podrían terminar con auténticas eras de invasión y arrinconamiento. Pero lo que ocurre es que los implicados nunca le han pedido al metomentodo que lo haga. Jamás se les habría ocurrido que tendrían que lidiar con él. Y, sin quererlo ni beberlo, de repente el tipo este ha venido a molestarles. Y lo peor es que ni afloja ni se larga.