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Dicen que el estadounidense William Sidis fue el hombre más inteligente del mundo. Hablaba múltiples idiomas, dominaba conceptos matemáticos avanzados y había entrado en la universidad de Harvard a los once años de edad. Pero sus logros espectaculares y las expectativas de sus padres le obligaron a aislarse y sobrellevar un difícil equilibrio mental. Se debatía continuamente entre el deseo de vivir una existencia normal y las exigencias del público por su genialidad. Como otros intelectuales adelantados a su tiempo, sufrió la incomprensión general y no consiguió desarrollar sus ideas plenamente.

Lo más difícil en la vida debe de ser alcanzar el justo medio que no resulta asequible a los genios. La expresión latina Aurea mediocritas (mediocridad dorada) sirve para definir un estado ideal alejado de los extremos y, en ese sentido, William Sidis estaba en la cúspide de la inteligencia, con un coeficiente intelectual superior al de Albert Einstein, pero seguramente era un inadaptado, lejos del punto de mediocridad dorada, o de conformarse con lo que se tiene, que debe de ser la clave de la felicidad.

Por muy inteligente que uno sea, no tiene garantías claras de alcanzar el éxito ni, por supuesto, la felicidad. Ahí cabe otro ejemplo, la fábula de la liebre y la tortuga, que se echaron una carrera y la liebre que andaba sobrada se tumbó a dormir bajo un árbol, y entretanto la tortuga, con su andar lento pero constante, llegó primero a la meta. Moraleja: la inteligencia también necesita esfuerzo, y a lo mejor hasta es más fácil que obtenga el éxito una persona voluntariosa que un genio sin voluntad de trabajo.

Mucha gente, ante el éxito de sus semejantes, suele pensar que lo han logrado con la suerte de cara y no se paran a pensar que, además de inteligencia, han tenido que hacer acopio de constancia, de arrojo, de sacrificio y de lo que dijo Ana Peleteiro -la saltadora gallega que sufrió una importante lesión durante el Mundial de Atletismo-, dijo que volvería a levantarse, porque lo importante no es cuántas veces te caes, sino cuántas te levantas y se requiere una buena dosis de inteligencia y una férrea voluntad para lograr el éxito.