Lo más difícil en la vida debe de ser alcanzar el justo medio que no resulta asequible a los genios. La expresión latina Aurea mediocritas (mediocridad dorada) sirve para definir un estado ideal alejado de los extremos y, en ese sentido, William Sidis estaba en la cúspide de la inteligencia, con un coeficiente intelectual superior al de Albert Einstein, pero seguramente era un inadaptado, lejos del punto de mediocridad dorada, o de conformarse con lo que se tiene, que debe de ser la clave de la felicidad.
Por muy inteligente que uno sea, no tiene garantías claras de alcanzar el éxito ni, por supuesto, la felicidad. Ahí cabe otro ejemplo, la fábula de la liebre y la tortuga, que se echaron una carrera y la liebre que andaba sobrada se tumbó a dormir bajo un árbol, y entretanto la tortuga, con su andar lento pero constante, llegó primero a la meta. Moraleja: la inteligencia también necesita esfuerzo, y a lo mejor hasta es más fácil que obtenga el éxito una persona voluntariosa que un genio sin voluntad de trabajo.
Mucha gente, ante el éxito de sus semejantes, suele pensar que lo han logrado con la suerte de cara y no se paran a pensar que, además de inteligencia, han tenido que hacer acopio de constancia, de arrojo, de sacrificio y de lo que dijo Ana Peleteiro -la saltadora gallega que sufrió una importante lesión durante el Mundial de Atletismo-, dijo que volvería a levantarse, porque lo importante no es cuántas veces te caes, sino cuántas te levantas y se requiere una buena dosis de inteligencia y una férrea voluntad para lograr el éxito.
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Potser però en Casado, na Cifuentes i n'Ayuso varen treure matrícules d'honor a la universitat rei Juan Carlos sense anar a classe, sense entrar a la plataforma digital, inclús sense fer els exàmens, aquests sí que són intel·ligents