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Llego al aeropuerto con mucha antelación por si hubiera colas en el control, pero a los cinco minutos ya estoy en el Dutyfree, preguntándome por qué el Estado me obliga a entrar en una tienda. Podría hacer scroll, pero levanto la cabeza para observar y esto es lo que veo:

El traje oficial de pasajero de Son Sant Joan incluye un trolley, bolso, bolsa o riñonera, una botella de agua o vaso de cartón con tapa de plástico, gafas de sol, móvil y auriculares. Pasan sobre todo parejas mayores y familias con niños, aunque los que más se hacen notar son los grupos de hombres jóvenes y los equipos deportivos juveniles. Me sorprende la poca gente que hay con la piel rojo gamba, pero es que este año el calor y el sol se han hecho esperar.

El pasillo central de la terminal C parece la calle Sant Miquel en día de operación Nube -aunque me dicen que antiguamente Palma estaba a más a rebosar de residentes que hoy de turistas-. Hay gente a pie, con maletas, carros de bebé, vigilantes en patinete, ensaimadas a cuestas y de vez en cuando algún vehículo de asistencia que pide paso a toda velocidad.

En abril, los últimos datos disponibles, se movieron 700 aviones al día en Son Sant Joan y una media diaria de 93.000 pasajeros, de los que siete de cada diez eran internacionales. Es la única infraestructura de Mallorca que cada año recibe reformas de mantenimiento y mejora. Es uno de los aeropuertos más rentables de AENA, con medio centenar de espacios comerciales y cuatro salas vip. No solo se renueva periódicamente, sino que ahora se está acometiendo una reforma de 550 millones de euros en tres años para «modernizar la infraestructura para conseguir que tanto los viajeros como las compañías aéreas puedan tener el mayor confort en su paso por la terminal, además de reordenar el espacio existente de un modo más eficiente y adaptar la infraestructura a la nueva normativa europea».

De hecho, si lo comparamos con la ciudad, los servicios del aeropuerto son mucho mejores: está limpio, hay muchos baños, se puede cargar el móvil, incluso tiene una zona infantil de juegos y hace poco han inaugurado un punto de intercambio de libros en el módulo B. Ya que están de reformas, podrían repensar los lavabos: hay que ser ingeniero o tener visión de rayos X para saber dónde poner las manos para que salga agua y, ¿de verdad que nadie pensó que en el aeropuerto también nos lavamos los dientes? Porque que le cambien el nombre para no confundir a la gente supongo que sería pedir demasiado.

Lloros, prisas, risas, estornudos, gritos… Son Sant Joan es una olla a presión de emociones. Y sin embargo, el aeropuerto es un ser vivo sin alma, con un nombre desatinado, una máquina perfecta que efectúa procesos persiguiendo la excelencia y que contribuye a cumplir sueños individuales sin un sentido de comunidad.