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Me preguntaba a qué viene nombrar ahora a Miquel Barceló Hijo Predilecto de Mallorca cuando la relación del artista con los antiguos gobernantes de izquierda quedó rota y sus proyectos conjuntos olvidados. Hace años que se dejó de hablar de es Sindicat de Felanitx. Este gran edificio abandonado fue expropiado por cuatro millones de euros para ser el centro de referencia de la vida y de la obra del artista. Cuando el Consell presentó la iniciativa, en 2018, Barceló ni siquiera fue, envió a su madre y a su hermano. Igual de olvidada se quedó su anunciada intervención en la ermita de Bellpuig de Artà, un trabajo que fue presupuestado también por el Consell en tres millones de euros. Hace dos meses, sin embargo, los presidentes Prohens y Galmés viajaron a Barcelona para visitar la exposición del felanitxer. Debió ser un encuentro muy empático, porque después lo han nombrado Hijo Predilecto. Sin embargo, lo sustancial es que sirvió para poner de nuevo sobre la mesa los proyectos de es Sindicat y de Bellpuig. Deberíamos alegrarnos, pero sin perder de vista los precedentes. El mural de la Seu que promovieron el obispo Teodoro, Antich y Matas, o la cúpula de la ONU en Ginebra, en la que se implicó Zapatero, no acabaron bien. Fue tortuosa la relación económica con Barceló y especialmente con su marchante, el suizo Bruno Bischofberger, del que dicen que hace muy bien su trabajo y que no perdona ni una. Por eso es necesario apelar al compromiso de Barceló con su tierra. No todo ha de ser dinero, y alguien debería recordárselo si no al artista, sí tal vez al señor Bischofberger.