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El 6 de junio de 1944, hace ahora ochenta años, miles de paracaidistas de la 82ª y la 101ª División Aerotransportada norteamericana saltaron sobre Normandía horas antes del desembarco. Su objetivo era asegurar los flancos de las cinco playas por donde iban a entrar miles de sus compañeros al amanecer y dificultar la reacción de las tropas alemanas, acantonadas en las proximidades. El Día D fue todo un éxito, pero en un ejercicio de simulación histórica imaginemos que los paracaidistas hubieran sido lanzados en la Mallorca actual, en concreto en s'Arenal, tan de moda la semana pasada por sus altercados nocturnos. Nada más aterrizar en la autopista de Llucmajor, junto a la salida hacia el Rancho Picadero, se habrían topado irremediablemente con un atasco de mil demonios. «Mal día para dejar de fumar», clamaría el capitán de la compañía, frunciendo el ceño. Y lo que te rondaré morena, porque una vez en la playa habrían sido diezmados por hordas de carteristas rumanos, tan rápidos como invisibles. Los que hubieran quedado en pie, posiblemente, serían pasto de las prostitutas nigerianas, fieras como una división Panzer. Y los últimos atrincherados se toparían, de improviso, con unos españoles bajitos y morenos, casi simpáticos, que les colocarían una caja de cartón y les gritarían: «¿Dónde está la bolita?». Los soldados descubrirían demasiado tarde que los trileros nunca pierden así que, desplumados, avanzarían en un titánico esfuerzo hacia el Balneario 6, el Ballerman alemán. Allí, lógicamente, se rendirían al acto. Que no hay Dios que luche contra miles de germanos bebidos.