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Es tocar el verano y recordarme el calendario que tengo una de las citas que más pereza me da del año y no es el dentista. Se trata de la ITV. Porque es allí, en la cola de coches mientras esperas entrar a que te revisen el vehículo, cuando se acentúan más las inseguridades de los humanos. En mi caso, por ejemplo, me comporto igual que el futbolista que va a tirar un penalti en el minuto 93 para que su equipo gane el partido. Ves su cara y sabes que va a fallar. Lo saben su entrenador y sus compañeros y lo saben su afición y el árbitro. Lo saben también el portero y por supuesto el realizador de la retransmisión por televisión. Me siento identificado con ese futbolista cuando estoy en la cola de la ITV. Soy la inseguridad personificada. Con 20 años circulando, mi coche no quiere entrar en el enorme hangar donde van a escrutarle hasta el mínimo detalle. Los tipos con vehículos nuevos y relucientes con pocos años te miran con cara de solidaridad. Además de una revisión previa, siempre suelo limpiar el coche antes de la ITV y perfumarlo, me da que si se ve bien y huele mejor, todo será más fácil. Y ahí está el mecánico, como el portero del equipo rival, diciéndote que te acerques con esa carpeta en la mano y esa cara seria de no dejarte pasar ni una. Ir a la ITV es como acudir a un examen sin haber estudiado. Puede pasar de todo por mucha revisión que le metas a un vehículo de dos décadas. El verano en mi caso no lo marca ninguna fiesta ni ningún cóctel aburrido, afortunadamente. El verano lo marca pasar la ITV, todo lo que llega después es más o menos previsible, aunque los días y las noches se eternicen esperando de nuevo septiembre.